jueves, 28 de junio de 2018

Representación de la representación política

TRIBUNA

Representación de la representación política

Miércoles 27 de junio de 201820:47h
La moción de censura al Gobierno del 1 y 2 de junio, su destitución automática al triunfar la propuesta y nombramiento de un nuevo presidente, ha pasado a los anales históricos del Parlamento español. Todo dentro de la normativa legal al amparo del Título V, Artículo 113 de la Constitución. Por vía rápida, casi sin respiro. Sin los trámites y vericuetos que unas elecciones generales supondrían. Sagacidad y audacia política, sin duda, del candidato socialista Pedro Sánchez. Apenas necesitó esbozar una línea de Gobierno ante los diputados. Se ahorró discursos, viajes. Le bastó una frase: “Su tiempo ha terminado, señor Rajoy”. Así de contundente. Un partido con muy poca representación, el socialista, frente a otro, el del Gobierno censurado, con escaños suficientes para seguir gobernando y los presupuestos generales recientemente aprobados por el hemiciclo que, días después, le niega continuidad al presidente Rajoy. Lo deponen ipso facto.
Era una estrategia posible, ensayada previamente por otro partido sin resultado favorable. Hace tiempo que la izquierda española sueña con la posibilidad de revolver el dictado de las urnas y conseguir con política de cenáculos, consensos, nombrar un presidente de Gobierno desde el mismo Parlamento. Se consiguió. Aludimos en algún escrito previo a esta expectativa. Se pretende un efecto herradura desde el norte político incentivado por la irrupción republicana de Podemos en el concierto parlamentario. Tras este logro se intentará subvertir el fundamento constitucional para remover el punto 3 del Artículo 1 de la Constitución: <<La forma política del Estado español es la Monarquía parla­mentaria>>. Anteponer el Parlamento a la Monarquía; el adjetivo al nombre sustante. Y en eso estamos.
Introducimos así una técnica artística de representación de la representación, como la del cuadro, teatro o cine dentro de cada una de estas artes. El efecto de realidad dentro de la ficción se incrementa. Es casi real, una quasi realidad, dice Husserl; algo irreal subjetivamente objetivo, matiza Ortega y Gasset. Sucede, no obstante, que el Parlamento ya es la realidad política máxima de la Nación. Al usar el voto directo recibido de los ciudadanos para otorgarles un nuevo presidente no elegido por ellos, pierde fuerza el carácter representacional de la presidencia si no se refrenda cuanto antes. Es realidad de segundo grado. Lo lógico y deseable sería que gobierne la cabeza de un partido o de una coalición mayoritaria. No existe una opción política concurrente a elecciones que sea la suma de partidos contrarios a una línea de Gobierno. El votante sabe o debe saber que, al delegar su voto en un diputado y partido, acepta la aplicación del Artículo 113. Y en razón de ello, espera, con la misma confianza, que el nuevo presidente sea avalado lo antes posible en otros comicios generales. Tal es la base de la fiducia constitucional.
El cambio veloz e inesperado de Presidente y Gobierno no solo ha sustituido una cara por otra. Ha improvisado un programa gubernamental sin contrapartidas. Y como el número de parlamentarios del Partido Socialista no permite, de momento, gobernar proclamando leyes, pues no tendría los apoyos necesarios mientras se mantenga la correlación de escaños vigente, habrá que inventar otros recursos. El principal es ganar tiempo. Un tiempo precioso para poder incidir en otro punto inicial de la Constitución, el Artículo 6 del Título Preliminar: <<Los partidos políticos expresan el pluralismo político, concurren a la formación y manifestación de la voluntad popular y son instru­mento fundamental para la participación política>>. Habrá que establecer, por vía de urgencia, las condiciones de una “formación” ciudadana que pueda manifestar, en el límite de la legislatura –final de 2019 alargado a 2020, se nos está diciendo, en virtud de las especiales circunstancias y urgencias-, la voluntad ya reconducida por el aparato del nuevo sistema gubernamental. Las encuestas han subido de modo sorprendente a favor del Partido Socialista. El Partido Popular se hunde víctima del propio desconcierto y a la sombra de la corrupción que lo descabalgó del poder. Y el de Ciudadanos, al galope en las encuestas y dispuesto a otra moción técnica de censura, se estancó pasmado. Todo ello en menos de un mes. Los augurios anuncian, por tanto, viento favorable. Como si en el ambiente hubiera una corriente de aire comprimido y, con el cambio súbito de rostros y gestos, fluyera arremolinado.
La conclusión más obvia sería que somos un pueblo lábil, versátil. Capaz solo de manifestar la opinión coreada por el contexto mediático. Cuesta creerlo. Hay sin duda un olor diferente en la atmósfera al dar por concluida la etapa de corrupción. Rajoy era su representante máximo, nos dicen, o quieren que así lo entendamos. Desaparecida su sombra, todos los males quedan conjurados. El mejor índice de crecimiento económico de la Unión Europea, que sustentaba su gobierno, subirá más. Será mundial. La corrupción de sindicatos, otros partidos, el desfalco andaluz de los ERE (Expediente de Regulación de Empleo), de los soberanistas catalanes, baleares, valencianos, de medios afines, el ansia financiera del nacionalismo vasco y un largo etcétera, habrán sido esencias aromáticas de un republicanismo incómodo, sofrenado. Difícil dar crédito a tanta expectativa.
Rajoy confió en Pedro Sánchez y Rivera más allá de lo que suponía activar el ya famoso Artículo 155. Le negaron pan y sal inicialmente. Se quedó solo ante la disyuntiva de actuar o no con energía de Estado y sus implicaciones. Recurrió a los tribunales máximos. El contexto nacional e internacional le favorecía. Todos esperaban, sin embargo, y hasta algunos miembros del propio partido, que se estrellara. El discurso pronunciado por el Rey el 3 de octubre de 2017 saliendo al paso de la amenaza independentista de Cataluña, cambió el giro de los acontecimientos. Y entonces se apuntaron a favor de aplicar el citado artículo quienes antes eran remisos o lo esquivaban. Entre ellos, Pedro Sánchez.
El aún presiente Rajoy debió pedir entonces un pacto de Estado por la unidad de España al calor de las palabras del Rey. Un compromiso formal que ratificara el sistema político español y además <<la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles>> (Artículo 2 del Título Preliminar). Y este pacto es aconsejable todavía hoy tan pronto haya nuevo presidente del Partido Popular. Sería el mejor modo de recordar fundamentos y de certificar que aún sabemos qué suelo pisamos. Ayudaría además a despejar la incertidumbre que el presidente Pedro Sánchez manifiesta respecto de Cataluña. Quiere revertir la situación a tiempos estatuarios previos a la sentencia del Tribunal Constitucional del 28 de junio de 2010. En ella se rechazó “eficacia jurídica” al título de “nación” y “realidad nacional” previsto en el Estatuto catalán refrendado en Barcelona el 18 de junio de 2006. El Partido Popular recurrió ésta y otras pretensiones el 31 de julio del mismo año.
La permanencia de Rajoy como presidente de Gobierno desde el 21 de diciembre de 2011 era un escollo para las amenazas soberanistas de Cataluña. Un hueso duro de roer. Lo atacaron con insistencia por donde más podía crujir la mordedura: la corrupción galopante de su partido, sancionada jurídicamente el 24 de mayo de 2018. La sentencia de la Audiencia Nacional precipitó los acontecimientos.
Fueron la previsión y paciencia de Rajoy, sin embargo, quienes devolvieron el, de momento, sentido institucional y práctico a las instancias políticas catalanas. El nuevo presidente de Gobierno pretende –eso parece–, en cambio, extender aún más la mancha de aceite, resbaladiza, que inunda no solo a Cataluña, sino a toda España con su idea de un país declarado Nación de Naciones y de régimen federalista, tal vez confederado si las urgencias catalanas así lo requieren. La confederación sería la antesala de la independencia ya anunciada el 27 de octubre de 2017 al proclamar el Parlament de Catalunya la constitución de la República Catalana. Rizamos el rizo.
Pedro Sánchez tiende mientras tanto algunos señuelos. Primeramente, la remoción de los huesos de Franco. Quiere sacarlo de El Valle de los Caídos, adonde lo llevaron sin que –no consta– él lo decidiera. Y sin saber dónde reponerlo. Algo dirá la familia, suponemos.
Esta manía de recurrir a Franco siempre que sea posible, o al franquismo, políticamente hoy irrelevante, indica más bien, por un lado, carencia de enjundia gubernamental. Desentierra viejos problemas, rencillas, heridas que tanto izquierda como derecha restañaron en la Transición con diversas leyes, actos y especialmente con la Constitución de 1978. Por otra parte, recoge el envite que le lanza la izquierda radical desde el diez o quince por ciento, si no más, del voto socialista que amenaza con derivar hacia Podemos y otras vertientes comunistas. El envido llega envenenado. Removido Franco de su tumba, será el momento de remodelar la base política de la <<Monarquía parla­mentaria>>. Le tocaría turno al Rey y también por vía súbita, desde una reforma interna del Parlamento, con o sin moción… ¿de censura? Sería más bien de Memoria Histórica.
El otro cebo es la presencia de más mujeres que hombres en los ministerios. Un récord Guinness. El motivo real parece ser, rumorean afiliados al partido, la enorme influencia que el feminismo, moderado o radical, tiene en las filas socialistas. El ascenso femenino al poder e instancias institucionales es un factor digno de estudio sociológico. Recuerdo que en cierta ocasión, buscando un referente administrativo, abrí sobre diez o doce puertas de un edificio estatal universitario. Menos en un despacho, sólo había mujeres en los otros. Movido por la curiosidad, le pregunté a un colega sociólogo a qué se debe esta presencia en los organismos oficiales u oficiosos de más mujeres que hombres. Me respondió sin pensarlo y como si se tratara de algo evidente: las mujeres se casan con el Estado y los hombres con la empresa. Y luego arreglan matrimonios o parejas entre ellos, supuse yo.
El tercer anzuelo es la invitación implícita a los emigrantes de todo el mundo a que nos visiten. La admisión del barco Aquarius en costa española le supuso a Pedro Sánchez una imagen internacional también súbita. De un plumazo resolvió una situación controvertida de Europa y países africanos. El aparato de propaganda supo rentabilizar la decisión. Encubrió, de paso, que era uno de los mayores logros de las mafias internacionales dedicadas a introducir emigrantes en Europa. ¿Quién iba a recordar este trasfondo ante un hecho humanitario urgente? Primero actuar y luego ver el modo de justificar la decisión y prevenir otras semejantes. Pedro Sánchez sabe que España necesita aún más de cinco millones de emigrantes para solventar el desfondamiento de la caja social de las pensiones. El efecto llegada de emigrantes indiscriminados reporta además otras ventajas políticas. Abarata el precio de ciertos trabajos, envía al paro a muchos nacionales, y entre unos y otros aumenta la expectativa de votos que se mueven en la franja del diez o quince por ciento entre socialistas, comunistas y radicales. Así de claro y crudo.
El artificio de representación de la representación política, la apariencia de la apariencia, diría Nietzsche –doble sombra de la realidad–, urge comicios generales. Otorgará al presidente Pedro Sánchez la fuerza política que sustancie su presidencia de Gobierno. El punto de encuadre

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