martes, 29 de enero de 2013

Y, ahora, ¿por qué no el Rey?



Y, ahora, ¿por qué no el Rey?

Por Carlos Carnicero, periodista (EL PERIÓDICO, 24/11/08):

Ni siquiera Baltasar Garzón pudo impedir que Franco muriera en la cama. Sin embargo, el asunto se puede poner en positivo: el dictador, que quiso que todo quedara atado y bien atado, no se salió con la suya. Los españoles instauraron una democracia admirada en el mundo que ha permitido dar un salto a la modernidad, organizar un sólido Estado de derecho y crecer social y económicamente. Lo que parecía una verdad universalmente establecida se está desmoronando. Han surgido desde la derecha extrema y desde una izquierda irresponsable y exquisita voces para cuestionar la transición. Los dos extremos con diferentes razones, pero con objetivos peligrosamente convergentes.

HABRÍA QUE hacer historia: José María Aznar llegó a la política para hacer tabla rasa de la transición. Incluso trató de teorizarlo. Dinamitó el pacto de una política de consensos básicos soportada en la lucha antiterrorista y la política exterior. En ese viaje apareció por primera vez Garzón acompañado por los mismos intelectuales de la izquierda exquisita que ahora le jalean. El juez trabó un pacto de sangre con Aznar, con Pedro J. Ramírez –José Amedo incluido– y con los periodistas del “sindicato del crimen”. Se trataba de sacar de la Moncloa a Felipe González pese a los fracasos en las urnas. El juez quería venganza porque sus ambiciones no habían sido satisfechas en su paso por el Gobierno socialista. Por primera vez en la historia judicial, un juez podía meter en la cárcel a sus competidores en la política. El fin supuesto –hacer justicia en la guerra sucia– justificó el apoyo de algunos intelectuales amedrentados a ese disparate. Hay paralelismos: el fin de procesar al cadáver del dictador ha justificado que el mismo juez entendiera en asuntos para los que no tenía competencias. Si el Estado de derecho es un obstáculo, se sortea. Le apoya la misma intelectualidad que justificó sus tropelías en el caso del GAL.

Naturalmente, el juez no tuvo interés en utilizar la moviola para las acciones antiterroristas ilegales de la última época del franquismo y en los gobiernos de Adolfo Suárez. Era una justicia selectiva, ad hoc al interés de meter a Felipe González en la cárcel y permitir que Aznar ocupara la Moncloa. Lo ocurrido después es de sobra conocido: ocho años de Aznar en el poder con la confrontación como tecnología política y la desaparición definitiva del pacto constitucional.

Y en esto llegó José Luis Rodríguez Zapatero. La consigna fue talante e innovación. La quiebra generacional fue la condición para que el neófito presidente se sintiera seguro. La audacia, el soporte de las nuevas políticas: negociación con ETA, revisión del modelo territorial, utilización discutible del talante como tarjeta de presentación pero sacando provecho de la confrontación, y revisión de la historia para establecer una memoria oficial, lo que sus antecesores socialistas no se habían atrevido a hacer. La distancia de Zapatero con su antecesor en la dirección socialista y en el Gobierno, Felipe González, se hizo insalvable, salvo por la lealtad profunda de los viejos socialistas a su partido. Zapatero pasó el rastrillo para arrancar toda hierba que tuviera demasiadas raíces. Ahora diseña sus políticas con un puñado de independientes y con algunos periodistas e intelectuales de cabecera que organizan consejos de ministros paralelos en la pista de baloncesto de la Moncloa.

La ley de memoria histórica fue una de las grandes aportaciones al éxito de la anterior legislatura. Con dos matizaciones. La primera, sencillamente, que, después de un año, no se ha desarrollado y no ha alcanzado ninguno de los objetivos que se marcó. Y, la segunda, que es una ley cuestionada desde la derecha, pero también desde la izquierda. Una memoria oficial sin consenso. ¿No suena difícil?

Y, EN ESTO, llegó Garzón. Nada menos que con una causa general contra el franquismo: la ley de amnistía fue una cesión, como en Argentina y en Chile; la democracia estaba secuestrada cuando se aprobó la Constitución… ¿Cómo van a faltar entusiastas para ese banquete, sobre todo si no han caído en la cuenta de que esa factura habrá que pagarla?

No vale la pena hacer hincapié en el dislate jurídico de Garzón. Su atropello al Estado de derecho no ha sido impedimento para recabar apoyos que se soportan en los mismos principios que en la operación del GAL. Gracias al juez providencial, la sociedad española ha tomado conciencia de lo que fue el franquismo. Ha sido fácil: el juez ha reproducido textualmente libros de historia en sus autos. Y, además, se ha ofrecido a ejercitar las responsabilidades que los padres de la Constitución no se atrevieron a asumir. No importa que la ley no ampare sus actuaciones. Porque se trata de hacer justicia aunque las garantías estén desterradas. Ahora hay barra libre con la transición. Probablemente falta un cuarto de hora para que Garzón se entere de que don Juan Carlos fue nombrado sucesor por Franco. Luego fue legitimado por la Constitución. Pero, ¿quién ha dicho que los españoles fueron libres para votarla?

lunes, 28 de enero de 2013

El viejo profesor




El viejo profesor..

Mis primeras sospechas sobre la figura mítica de Enrique Tierno venían de lejos: de unas largas entrevistas en las que me habían inquietado ciertos silencios y algunas contradicciones que yo quise achacar a reservas políticas.

Pero fueron mis viajes a los lugares en los que, según él, había pasado su infancia y algunos periodos en la posguerra, cuando tuve las primeras pruebas de sus invenciones.



En cuanto comencé a contrastar testimonios personales y a frecuentar archivos se me vino abajo el falso edificio construido por el Profesor: desde el hermoso escenario rural con casas labradoras a los pisos de mediana burguesía ilustrada, una vez trasterrada la familia a la capital.

Más duro me resultó aceptar la verdad de Tierno en guerra. Se desplomaba la ficción del joven libertario que trabajó en el Socorro Rojo, que acompañó a Hemingway y a Dos Passos por los frentes de Madrid y que, con 20 años, trató a un desnortado Besteiro, a un derrumbado Azaña, a... todos los jefes republicanos.

Si las fantasías familiares podían haber tenido cierto interés literario, las invenciones de la guerra y la del imaginario campo de concentración eran de un oportunismo político muy duro de asimilar.

El archivo de Alcalá no deja títere con cabeza del antifranquismo precoz del Profesor ni los hechos reales permiten la tesis de un Tierno Galván enfrentado a la dictadura nada menos que en una sesión solemne como es la inauguración de un curso en el Instituto de Estudios Políticos con la presencia de jerarcas y figuras como Moscardó y Pilar Primo de Rivera.



El primer documento oficial, relacionado con la vida del Profesor, fue el acta de nacimiento.

En medio de tantas dudas fue un consuelo tener en la mano un dato cierto: la fecha del acta -8 de febrero de 1918- coincidía con la que aparecía en las biografías.

No dejaba de ser curioso que el único dato cierto hubiera sido precisamente el que siempre se había puesto en duda en los propios medios tiernistas. La razón era el prematuro envejecimiento del Profesor. Cuando llegó a la cátedra de Salamanca con 35 años parecía que tenía 50. Por eso Raúl Morodo, el primero de sus colaboradores, lo llamó Viejo Profesor.



¿Cómo fue posible que el Profesor pudiera ocultar su pasado?

Hay dos razones: su carácter hermético unido a la distancia insalvable que había, en aquella época, entre catedrático y alumnos.

En segundo lugar, el pasado era un tema tabú en la posguerra.

Pero si la partida de nacimiento me había proporcionado un dato cierto, descorría también el velo de la verdad familiar: ni había nacido en tierras de Soria ni era descendiente de labradores.

Era madrileño y nunca llegó a abandonar la ciudad totalmente. Las cátedras de Murcia y Salamanca le obligarían a desplazamientos de dos o tres días por semana, y las clases en Princeton o en Puerto Rico a alejamientos de meses.

Ateneísta, ratón de biblioteca, paseante por el Madrid galdosiano del barrio de Pozas y de Argüelles... fue un empedernido madrileño. La casita en la que nació lleva una placa que mandó colocar Juan Barranco a la que nadie dio importancia porque siempre se tuvo la idea de que el alcalde de Madrid había nacido por casualidad en la capital.

Según las versiones del Profesor los padres se trasladaron para que la madre tuviera los cuidados que no podía tener en el pueblo. También según el Profesor, su padre dejó la labranza y se trasladó como rentista a Madrid poco antes de la proclamación de la II República. Tierno diseñó la figura paterna como un ser callado, casi taciturno, cauteloso en sus juicios y quizá conservador. Un arquetipo de hombre castellano del que él sería un trasunto ilustrado.

Este retrato lo había completado con la pertenencia de unas casas labradoras en Valdeavellano y Almazán en las que veraneaba la familia a no ser que alquilaran una casa en la sierra madrileña como la de Robledo de Chavela justo en el verano del 36.

El cuadro no dejaba de tener ese atractivo de lo rural profundo, de la propiedad y el enraizamiento en la historia. Del mismo modo, el Profesor había hecho un canto de la vida soriana, tan alejada de las modas, tan cuajada de todas esas virtudes de sinceridad, honradez, coherencia que contrastan con la vorágine del mundo moderno.

Familia trashumante. La verdad había sido más dura y más prosaica: los antepasados del Profesor habían desaparecido de Valdeavellano a mediados del XIX para alistarse en el Ejército y siguieron la trashumancia de los regimientos, de plaza en plaza, incluidas las de ultramar. Su abuelo paterno se había retirado como capitán de Tudela donde se casó con una chica navarra, en segunda nupcias. A esos familiares "vascos", con los que apenas tuvo trato, se refería Tierno cuando hablaba de las raíces de su sensibilidad para la cuestión vasca.

Los hijos de Julián Tierno siguieron la tradición militar. Alfredo, padre del Profesor, estuvo en la guerra de Cuba. En Almazán conoció a Julia, hija del sobrestante de carreteras, jefe de peones camineros para entendernos, con la que se casó.

El Profesor se examinó de ingreso de Bachillerato en el Instituto Cisneros, a los 12 años, como alumno libre.

Él ha dicho que asistió a clases en el Cervantes pero no es cierto.

A los 14 años la familia se trasladó al barrio de la Prosperidad y se matriculó en el Ateneo Politécnico, un colegio laico y modesto concertado con el Instituto Cervantes.

El Profesor hizo dos cursos de Derecho antes de la guerra pero no de Filosofía y Letras. El matiz tiene su importancia.

Ratón de biblioteca, lo fue también hasta el año 1937 cuando le llamaron a filas. Se colocó entonces en la Oficina de Reclutamiento a la que acudía por las mañanas mientras por las tardes se empozaba en las bibliotecas.

Ha contabilizado, entre los sufrimientos de su vida, el frío de las bibliotecas durante la guerra. Nunca quiso hablar, ni siquiera en sus memorias Cabos sueltos, de la detención de su padre, sospechoso de quintacolumnista como militar retirado, acogido, como su hermano, a la ley Azaña.

Tampoco ha aludido al proceso que sufrió su hermano Alberto, una vez terminada la guerra, y del que salió bien librado ya que pudo incorporarse al cuerpo de Veterinaria, recuperando empleo y sueldo. Se retiró de capitán para dedicarse a la avicultura. 



Ni había nacido en Soria ni era descendiente de labradores

El Profesor Tierno no estuvo en campo de concentración alguno como ha dicho y escrito. Se matriculó recién terminada la guerra y pudo examinarse en la convocatoria de junio de 1939 a tercero de Derecho. Santiago Montero Díaz le animó a hacer Filosofía y Letras en la Facultad de Murcia de la que él era decano. Así hizo la carrera en dos convocatorias.

Lee la tesis doctoral de Derecho en 1942 bajo la dirección de Francisco Elías de Tejada, un fundamentalista del tradicionalismo.

En 1944, ganó la plaza de jefe de negociado del Ministerio de Educación Nacional. Esto le permitió casarse con Encarna Pérez Relaño, una chica culta, buena traductora, cuatro años mayor que él, y abandonar las clases particulares en colegios de segunda enseñanza.

Comenzó a dar sus famosas clases para ingreso en la carrera diplomática. Se ha hablado, sin razón, de las dificultades económicas del joven Tierno, de la pobreza incluso. Enrique Tierno era funcionario público en Madrid a los 26 años con la categoría de jefe de negociado. Ayudante en la cátedra de Carlos Ollero, comienza a publicar en La Revista de Estudios Políticos que sin duda se abriría ideológicamente en los últimos años 50 pero muy lejos de ser un refugio de liberales.

A los treinta gana la cátedra de Derecho Político, junto a Manuel Fraga. Una carrera realmente brillante, concluiría Aranguren. Ya durante sus años como catedrático de Murcia comienza a tener contactos políticos con democristianos y monárquicos, algunos de ellos militares que empiezan a tomar distancias con el régimen.

Él data su contestación al franquismo con motivo de la inauguración del curso del Instituto de Estudios Políticos. El relato no se sostiene. Es patético. Por entonces sus tesis tenían mucho que ver con concepciones elitistas de la sociedad. De ellas pasaría a un regeneracionismo costista y a una vocación europeísta, aséptica desde el punto de vista político. El acto público de gran repercusión en el que participó Tierno de modo protagonístico fue en la cena del hotel Menfis, junto a Joaquín Satrústegui y Jaime Miralles, en la que se lanzó el nombre de don Juan y donde Tierno defendió la monarquía como "salida".

A partir de entonces la vida pública de Tierno Galván es más conocida aunque las claves de muchos de sus actos están en estos primeros años. Él pensó que el régimen era muy fuerte, más que Franco, y que nunca permitiría la legalización de los partidos republicanos. De ahí que fuera necesario montar un partido socialista y una central sindical distinta al PSOE y a UGT o bien dotar a estas organizaciones de caras que no tuvieran nada que ver con la guerra.

Tierno hizo dos obras importantes. Montó un colectivo de personas en su entorno, una escuela, siempre de gentes muy valiosas e inequívocamente antifranquistas. Por otra, su obra intelectual tiene momentos de alto interés como los ensayos sobre Costa, el barroco o la picaresca. Por fin y por encima de fingimientos, invenciones e imposturas, llegó a convertirse en la principal figura socialista de oposición al régimen. Le terminó costando la cátedra aunque en esta apuesta hubiera, como es lógico en un político, una parte de cálculo.

Debo decir una palabra sobre algunas reacciones a mi investigación sobre Tierno. Prefieren los mitos a la verdad. Por otra parte tenemos una tradición anticientífica. A partir de la guerra se hizo un pacto de silencio, gracias al cual nuestra historia parece más un rosario de milagros que un comportamiento colectivo contradictorio y lógico a la vez. Se ha llegado a tales grados de complicidad en el ocultamiento de la realidad que quien se atreve a romperla se convierte en un aguafiestas cuando no en un inquisidor. Qué se va a hacer. Son riesgos del oficio.

César Alonso de los Ríos es autor de "La máscara de Tierno Galván". Anaya/Mario Muchnik (1997).

EL PASADO FRANQUISTA DE LOS MAESTROS DE LA IZQUIERDA



EL PASADO FRANQUISTA DE LOS MAESTROS DE LA IZQUIERDA

Yo tenía un camarada

Por César Alonso de los Ríos

El 10 de noviembre de 1946 Informaciones dedicó un número especial a "la conmemoración de la muerte de José Antonio", cuyos restos habían sido depositados la víspera en el Monasterio del Escorial.

Los titulares iban a toda página.

Los artículos de la primera iban firmados por el director, Víctor de la Serna, y por el muy joven secretario de redacción: Eduardo Haro Tecglen.

El texto es una pieza que la llamada memoria histórica no puede dar de lado.

Se trata de una muestra de la mejor literatura falangista (...) El artículo se titulaba "Dies irae", y decía así:



    La voz de bronce de las campanas de San Lorenzo, el laurel de fama de la corona célebre, la piedra gris del Monasterio, los crespones de luto en todos los balcones del Escorial, los dos mil cirios ardiendo en el túmulo gigantesco coronado por el águila del Imperio que se elevan en la Basílica lloran esta mañana, con esa tremenda expresión que a veces tienen las cosas sin ánima, la muerte del Capitán de España.

Hasta el sol y el paisaje han cubierto su inmutable indiferencia con el cielo gris de la niebla y a lluvia, y cae sobre la ciudad –lacrima coeli– una lluvia fina y gris.

El instinto, el subconsciente, nos ha repetido sus frases, sus profecías, sus oraciones; y no ha sido voz de ultratumba la suya; ha sido voz palpitante de vida; de la vida y el afán de todos estos magníficos camaradas de la Vieja Guardia, del Frente de Juventudes, de la Sección Femenina… La doctrina del fundador vive en ellos como en aquellos tiempos, y si el cuerpo de José Antonio está muerto bajo la lápida, su espíritu tiene valor de vida en la de todos los camaradas de Falange.

Se nos murió el Capitán pero el Dios misericordioso nos dejó otro. Y hoy, ante la tumba de José Antonio, hemos visto la figura egregia del Caudillo Franco. El mensaje recto de sentido y enderezador de la historia que José Antonio traía es fecundo y genial en el cerebro y en la mano del Generalísimo.

Y así, en este día de dolor –Dies irae–, a las once, once campanadas densas de todos los relojes han sido heraldos de vuelo de su presencia, la corona del laurel portada por manos heroicas de viejos camaradas ha llegado a la Basílica, y, entre la doble fila de seminaristas –cirios encendidos en sus manos–, ha pasado al Patio de los Reyes y ha entrado en el crucero. Ha sido depositado sobre la lápida de mármol donde grabado está el nombre de José Antonio y la palma de honor y martirio. Había dolor en todos los semblantes. Mientras el coro entonaba el Cristus Vinci (sic) y los registros del órgano cantaban la elegía del héroe muerto a nosotros nos parecía oír la clara palabra de José Antonio elevarse de allí donde el mármol vela su cuerpo.

Una alegría tenemos: la de ver que a José Antonio sucede un hombre tan firme y sereno como el que lleva a España por los senderos que él marcó.



Pocos textos de los recogidos por Mainer en Falange y literatura o por Rodríguez Puértolas en su más generosa antología de la literatura fascista son superiores a éste en calidad literaria. Era también un texto de alto significado político. Había que enterrar definitivamente a José Antonio porque la garantía del Movimiento estaba asegurada por Franco.



Eduardo Haro Tecglen, "el niño republicano", como se llamó a sí mismo, era hijo de un marino nacido en Frómista (Palencia) que dejó su profesión para dedicarse al periodismo y que, en tiempos de la II Republica, llegó a ser subdirector de La Libertad, de Juan March (antes de Santiago Alba). El abuelo materno de Haro fue el maestro Tecglen, músico silbante, letrista de cuplés tan famosos como Vino tinto con sifón, de obritas para los cafés cantantes, en los que triunfaba entonces el género psicalíptico.



Eduerdo Haro Tecglen.Terminada la guerra, "el niño republicano" se hizo del Frente de Juventudes y comenzó a trabajar, por necesidades económicas (el padre había sido detenido por haber seguido trabajando en el periódico después de haber sido tomado por el Frente Popular).

Haro se estrenó en ¿Qué pasa?, que era un semanario brutal, dirigido por Pérez Madrigal, el ex diputado radical-socialista conocido en las Cortes republicanas como el Jabalí. Pronto pudo pasar a Informaciones, de Víctor de la Serna. No le siguió a éste a la aventura de La Tarde. Prefirió seguir haciendo su carrera en el Informaciones nacional-católico de los Sáez Díez, donde llegó a ser subdirector y corresponsal en París. En 1960 sucedió a Manuel Cerezales en la dirección de España de Tánger por designio del ministro Arias Salgado. En este periódico llevó adelante la delicada tarea de servir a los intereses de España en una plaza tan complicada como Tánger. Nudo de espías, territorio clave para España y para la monarquía alauita. Como director, Eduardo Haro valoró la "vía constitucional" de aquélla, esto es, de los reyes Mohammed V y Hassan II. En 1962 José Angel Ezcurra le ofreció la subdirección retórica de Triunfo y el trabajo real como comentarista de política internacional.



Triunfo era un semanario dedicado a los espectáculos, al cine especialmente. Había sido una concesión del Régimen a la familia Ezcurra en agradecimiento por los servicios prestados por ésta en la posguerra. El director fue desde el comienzo Luis Ángel Ezcurra, y lo seguiría siendo hasta el final del semanario. ¿Por qué pasó a ser Triunfo un semanario de información general, y por qué pudo deslizarse poco a poco hacia posiciones progresistas?



En 1962 el semanario fue comprado mayoritariamente por Movierecord, que era una empresa de comunicación con voluntad de grupo multimedia (publicidad, prensa, cine, discos, televisión…) dirigida por el belga Jo Linten. En efecto, Movierecord se hizo con Estudios Moro, montó Movieplay y entró en el mundo de la prensa a partir de Triunfo. Posteriormente sacó Mundo Joven y Teleprograma.



Y ¿quién era o había sido Jo Linten? Un periodista de la confianza política de León Degrelle que un buen día pudo escapar de Bélgica, aterrizó en la Concha de San Sebastián y se acogió a la protección del régimen de Franco. Paradójicamente, iba a ser un antiguo rexista el que impulsara el cambio de contenidos de Triunfo y favoreciera el deslizamiento de la publicación hacia la izquierda. Movierecord necesitaba dar una imagen abierta, no franquista, en las convenciones europeas e internacionales. También fue posible el cambio gracias al equipo de técnicos que asistía a Linten, y que respiraba por la izquierda: Álvarez, Ducay. Así que Triunfo no fue un terminal del PCE, ni la estrella de cinco puntas tuvo el más mínimo simbolismo. Fue un ex nazi, en los buenos tiempos todavía del franquismo, el que hizo posible la creación de la revista cultural de la izquierda. Triunfo es una prueba de la capacidad del sistema para la metamorfosis (...) El sistema se abría, los profesionales también, el público era cada vez más permeable al exterior. En el caso de Haro y de Ezcurra, su progresión ideológica fue tortuosa. Eran "hijos de la guerra", los "hermanos menores".



Nunca llegaron a creer que el Régimen se dejara manejar hasta el punto de dar paso a la democracia. Haro pasaba de las citas de Spengler a las de Toynbee. Iba avanzando a tientas y siempre con retraso respecto a sus compañeros de generación (Alfonso Sastre, Juan Antonio Bardem, Fernando Fernán Gómez…), y acuciado por los que veníamos detrás, que ya pertenecíamos a otra generación, a la de los sesenta. Próximo a Ezcurra, José Monleón fue el hombre clave en el traslado del Triunfo de Valencia a Madrid, en el salto informativo del semanario y en la contratación de firmas como las de Haro o Miret Magdalena. Crítico de teatro, inexcusable a la hora de explicar la evolución de éste. Fue el que montó Primer Acto y Nuestro cine, y el que explica la presencia en Triunfo de César Santos Fontenla y Jesús García de Dueñas.



En Triunfo íbamos a integrarnos periodistas que, por razones de edad y de formación cultural, no teníamos que ver con el clima de la inmediata posguerra. Después de Santos Fontenla y Dueñas fuimos llegando, por este orden, Eduardo García Rico, Víctor Márquez Reviriego y, juntos, Nicolás Sartorius y yo, que veníamos de Siglo 20, una hermosa revista de Barcelona, decididamente de izquierdas, que hicieron Manuel Vázquez Montalbán, Guillermo Luis Díaz-Plaja, Ángel Abad, Salvador Clotas, José Agustín Goytisolo… Y que yuguló Manuel Fraga poco antes de poner en marcha su Ley de Prensa. Todos nosotros estábamos ya tocados por la política. Sartorius y yo habíamos sido procesados y encarcelados por haber militado en el FLP (Frente de Liberación Popular), Víctor no disimulaba sus simpatías socialistas y César y Jesús se movían en la órbita del PCE, al que pasaríamos enseguida Nicolás y yo. En Triunfo fue redactor jefe Pablo Corbalán, que había hecho la guerra en el lado republicano y que al final de ésta había sido acogido en Informaciones por el magnánimo Víctor de la Serna.



A todos nosotros, y a los colaboradores que hacían posible la publicación, iba a encontrarse Eduardo Haro Tecglen cuando dejó España de Tánger para trasladarse a Madrid, ya en torno al 68. Durante varios años vivió con desconcierto la evolución de la sociedad española, sin conseguir hacerse a la idea de una posible transición. Por esto el discurso de Triunfo fue quedando en mera retórica, en los últimos tiempos del franquismo. Ocurrió luego que, una vez hecha la transición, Haro se invistió de "niño republicano", rojo más que de izquierdas, hasta el punto de olvidarse del pasado totalmente, del traslado de los restos de José Antonio al Escorial, de sus viejos camaradas. Quiso rescatar de la II República un radical amoralismo. Sólo quedó de su hombre viejo la defensa de las tres unidades en el teatro, la incapacidad para entender la vanguardia teatral, como demostró sobradamente en su sección de El País. Se quedó en Ruiz Iriarte y en el mundo de su abuelo Tecglen, el músico silbante. Su padre nunca llegó a estrenar una comedia titulada El torerillo de Chamberí. Su gran maestro había sido Alfredo Marquerie. Su ilusión, haber salido al proscenio a saludar mientras sonaban los "bravos". Odiaba la política internacional.

 NOTA: Este texto pertenece al capítulo XI de YO TENÍA UN CAMARADA, la más reciente obra de CÉSAR ALONSO DE LOS RÍOS, que acaba de poner a la venta la editorial Áltera.

viernes, 4 de enero de 2013

JUAN NEGRIN: El gran estafado


JUAN NEGRIN: El gran estafador
El Mundo, 01/06/1997
Acordó con los soviéticos la entrega del oro del Banco de España. Desde 1937 estaba, secretamente, intentando pactar con Franco. De costumbres pantagruélicas, cenaba hasta tres veces. Belloch entregó 200 millones a su familia en concepto de indemnización.
Lo que Negrín ha conseguido en la historia moderna de España no lo ha conseguido nadie. Robó al Estado, robó al pueblo, mató al Estado, mató al pueblo que servía a ese Estado, traicionó a sus compañeros de partido, Prieto y Largo Caballero, traicionó a su propia propaganda, pregonando la guerra final contra el fascismo mientras trataba de entenderse con él, según las órdenes de Stalin, que no era lo que se dice un demócrata. Llegó al poder engañando a los suyos. Pactó con los soviéticos la entrega del oro del Banco de España, entonces la tercera reserva del mundo. Se llevó todo lo que los revolucionarios robaron de las cajas de seguridad de todos los bancos y cajas de ahorro.
Tras proclamar la resistencia a ultranza contra Franco, Negrín fue incapaz de luchar por un solo metro de Barcelona. Obligó a Manuel Azaña a un calvario porque no le ofreció más que dos plazas para huir de la Gestapo, abandonando a su gran amigo Rivas Cherif. Azaña no lo abandonó y así murió, de tan mala manera.
Mientras miles de millones de dólares, robados y sin recibo, yacían en bancos suizos o americanos, cientos de miles de españoles casi morían de hambre en las arenas de Argelés y demás campos de concentración franceses, sin que Negrín moviera una peseta para auxiliarles. Después de haber obligado a millones de compatriotas a luchar «hasta el final» en una guerra perdida, le confesó a Araquistáin, su antiguo amigo del alma, que desde el 37 estaba intentando pactar con Franco, que es lo que les reprochaba a Prieto y Azaña, amén de Besteiro, el derrotista que finalmente dio con Negrín y los comunistas en tierra, aún al precio de entregar el cadáver de la República a Franco.
Vivió como un rajá a costa del erario, no rindió cuentas a nadie del dinero de todos los españoles y, encima, consiguió que sus herederos recibieran un montón de millones de la administración franquista, de la ucedea y de la felipista.
Lo último que hizo Belloch fue entregar unos 200 millones a la familia Negrín en concepto de indemnización. ¡De indemnización al hombre que saqueó el Banco de España y todos y cada uno de los bancos españoles sin devolver jamás un duro y sin dar cuenta de lo robada a nadie!
Reconozcamos que la historia de la picaresca, a veces entreverada con el crimen, estaría incompleta sin Juan Negrín, presidente del gobierno de la República y uno de los mayores embusteros de la historia de España. Tanto, que algunos historiadores turulatos lo consideran un héroe de la lucha contra la dictadura, a él que fue un dictador de principio a fin. Como gobernante fue nefasto. Como embaucador, estupendo. Fuerza es reconocerlo. Sólo Felipe González le hace sombra.
Lo del crimen asociado al robo como medio de llegar al poder y conservarlo no es fantasía erudita ni interpretación discutible. Negrín echa del poder a largo Caballero, compañero de partido, porque está dispuesto a hacer lo que el viejo y cabezón estuquista madrileño se negó a hacer en España: un juicio contra el POUM como los de Moscú contra los comunistas de izquierda o simples antiestalinistas. Largo Caballero cuenta en sus Memorias que el día en que echó de su despacho al embajador soviético perdió el poder, pero que nunca pensó que tendría que tapar las escapadas sexuales de Negrín, siendo ministro de Hacienda, a los cabarés de París y Londres, acompañado habitualmente de dos damas, forma piadosa de llamarlas. Pero eso pertenece al capítulo de las malversaciones. Lo peor es que aceptase el encarcelamiento y asesinato del jefe del POUM, Andrés Nin, a cambio de ocupar el sillón de primer ministro. Porque fue su incondicionalidad hacia los soviéticos lo que realmente le dio el poder. Y lo único que queda por averiguar es desde cuándo les era incondicional. Posiblemente desde antes de la guerra, como Julio Alvarez del Vayo, al que ahora se descubre como hombre del Komintern desde 1934, a las órdenes de Willi Munzeerg.
Negrín aceptó el asesinato de Nin y de la plana mayor del POUM, y llegó al extremo, que cuenta Azaña en sus Memorias, de intentar persuadir al presidente republicano de que lo de Nin era cosa de los nazis y no de los soviéticos. Hizo más: trató de que los jueces condenaran a Gorkín, Andrade y demás jefes vivos del POUM tras permitir que circulase un infame libelo que los trataba de trotskistas y nazis, prologado por Bergamín. No lo logró, pero fue tanto su empeño que el abogado de los poumistas tuvo que huir de España. ¡Y a esto que hizo Negrín le siguen llamando algunos la legalidad republicana! Cuando la idiocia y la ignorancia se juntan, resultan invencibles.

Hay cosas en la vida que Negrín que, dentro de lo siniestro, resultan pintorescas. Cuenta Indalecio Prieto que un día llegaron a la conclusión sus espías de que alguien robaba medicamentos (aspirinas) de la mismísima sede del Gobierno. Investigaron y no encontraron ninguna pista, pero comprobaron de modo fehaciente que tubos y tubos de aspirinas desaparecían del despacho del doctor Negrín. Estaban a punto de detener a una secretaria cuando, un día, entró sin llamar al despacho, creyéndolo vacía, un escribiente y se encontró con don Juan Negrín embaulándose el segundo tubo entero de aspirinas, porque los tomaba de dos en dos. Añade entonces Prieto, en una formidable prosa mexicana, que las costumbres pantagruélicas de Negrín no se limitaban al ácido acetilsalicílico, sino a la comida, la bebida y las señoras. Que cenaba hasta tres veces, que bebía las botellas de dos en dos preferentemente champaña pero sin olvidar el vino- y que prefería acostarse con las mujeres también a pares. Hay rumores, sin embargo, de que la más famosa de sus amantes la compartió con uno de sus hijos. Es el rasgo de generosidad más evidente de su vida pública.

Dice Prieto, y esto ya puede ser maledicencia, que, por comer y beber sin tasa, era capaz de vomitar al modo de los antiguos romanos, para seguir llenando el buche. Pero de esto no hay testigos. De lo del oro, lo del POUM y lo de las cajas saqueadas, sobran.

Bien es cierto que muchos historiadores se niegan a ver las pruebas. De Tuñón de Lara (que en paz descanse) a Tusell y Viñas, es tanto lo que se ha ocultado de Negrín que casi resulta violento descubrir algo de lo tapado. No importa. Si aceptamos como nuestros a todos, los buenos y los malos, aceptaremos también lo malo de todos, también de Negrín, como cosa nuestra. Que, en cierto modo, lo es.

Porque el que Negrín llegara al poder, de la mano soviética, es culpa nuestra, de los españoles, que, a las alturas de 1937, seguíamos sin entender la naturaleza de la URSS. Ni le entendía Azaña, ni la entendía Martínez Barrio, ni la entendía Largo Caballero, ni Prieto, ni Besteiro. En realidad, el único que la entendía era Negrín, y por eso llegó donde llegó.

Casado con una rusa blanca y conocedor, por tanto del sistema soviético, tuvo el gesto asombroso, si no profesional, de pedir al PCE que le escogiera a un secretario, en cuanto lo nombraron ministro de Hacienda. La cosa es tan fuerte que sólo Santiago Alvarez, en una hagiografía desinformada, es capaz de contarla sin escándalo. Naturalmente, le pusieron al lado a un comisario. Beningo Díaz, que reportaba cuidadosamente a sus jefes lo que hacía el ministro, en todos los sentidos. Pero ésa es la prueba mayor de connivencia de Negrín con los soviéticos, porque era necesario saber lo que era y cómo funcionaba el estalinismo para pedirle al PCE que te nombrara un secretario.

Negrín embaucó a muchos con el cuento de que había que prolongar la guerra hasta que llegara la Guerra Mundial y nos sacaran de penas. Lo que realmente sucedió fue el pacto germano-soviético, que dejó a la República liquidada. Pero, antes de ese pacto, que mostraba hasta extremos obscenos que nazis y comunistas habían usado a España como simple teatro de sus forcejeos amistosos, porque allá se iban Hitler y Stalin, es seguro que Negrín estaba al tanto de lo que se tramaba y se trataba.

Es seguro que Negrín sabía qué iba a ser de la República y, en consecuencia, de media España. Dispuso de los fondos robados e los bancos para fundar el SERE, presuntamente para ayudar a los presos y exiliados del campo republicano. En realidad, fue su modo de crear el partido que nunca tuvo, por lo menos español.

Hay secretos que se fueron con Juan Negrín a la tumba, pero, la verdad, no creo que sea una tumba digna de ser visitada. Por si quieren datos que justifiquen algunos adjetivos, les recomiendo el libro de Olaya Morales La gran estafa. Trata de Negrín