Artur Mas ha emprendido fuera de Cataluña una
campaña de información que se corresponde al milímetro con otra de absoluta
desinformación dentro de Cataluña. Y lo sucedido ayer en Bruselas lo demuestra
de una manera penosa.
El líder
independentista se presentó en el corazón político y administrativo de la UE
con la intención de explicar su proyecto y con la esperanza de ser mejor
entendido allí de lo que lo es en el resto de España. Fracaso total.
Rodeado de
periodistas y eurodiputados a los que nunca podría tildar de enemigos
españolistas por la sencilla razón de que no eran españoles, el señor Mas
recibió un baño de escepticismo que alcanzó inesperados niveles de crudeza. De
crueldad, casi de ofensa.
Independientemente de
la descalificación moral que comportó alguna pregunta, la cuestión que ayer se
le estampó sin piedad una y otra vez ante la cara fue la obvia: la consulta que
pretende usted hacer a los catalanes, incluso la idea que les está transmitiendo
para recibir un apoyo masivo en las elecciones, son falsas. Así de claro.
Que eso se le haya
recordado ya mil veces desde España le importa menos, seguramente, porque
siempre puede espantar de un manotazo la advertencia descalificándola como el
discurso del miedo. Pero que eso mismo se le diga en la propia Bruselas tiene
una dimensión que ni siquiera él va a poder ignorar.
Y resultó notable,
pero en el fondo muy triste, el espectáculo de verle aceptar en público que a
lo mejor es imposible que Cataluña siga dentro de la UE si se separa de España.
Y no sólo eso: oírle decir que, en ese caso, la estrategia montada a todo trapo
por la que él encabezaría la «marcha» de su pueblo «hacia la libertad», tendría
que ser modificada.
Claro, o retirada, o
disfrazada, o incluso escondida. Porque, si desaparece, como por fin se ha dado
cuenta ya de que desaparece, el paraguas-coartada de la pertenencia a la UE
¿qué ofrece el señor Mas a los ciudadanos? Pues les ofrece primero el conflicto,
la tensión, el desgarro y la quiebra interna. Y luego, superado ese dramático
trago, lo que les ofrece es la pequeñez, la irrelevancia y el vacío de muchos
años.
Será independentista,
pero es un dirigente español el que ha tenido que oír preguntas que en sí
mismas son una descalificación radical de su apuesta: que si ha explicado a sus
ciudadanos la verdad de lo que les está planteando. Y lo peor, la respuesta: se
lo explicaremos. Lo dijo en futuro, un modo de admitir que no se lo ha
explicado aún. Quizá porque ni siquiera él se había informado. Pero eso
demostraría una supina irresponsabilidad y una talla política alarmantemente
corta.
El caso es que la
campaña no ha empezado y los mimbres con la que estaba tejida ya se le están
cayendo a trozos, tanto más a la vista del público cuanto más se mueve fuera de
su territorio. ¿Acabará apelando al rencor?
VICTORIA PREGO.- El
Mundo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario