Auxilio de las Representaciones Diplomáticas
Felix Schlayer (Reutlingen, Alemania; 20 de noviembre 1873 – Madrid, España; 25 de
noviembre
1950) fue un ingeniero y empresario alemán que vivió alrededor de cincuenta
años en España y fue cónsul de Noruega en Madrid durante el primer año de la
Guerra Civil española. Prácticamente desconocido por el gran público hasta
fechas recientes, de acuerdo con su testimonio, salvó la vida a más de
novecientas personas en los primeros meses de la guerra en Madrid. Fue también
el primero que relató las persecuciones, los asesinatos políticos masivos y las
torturas de las checas en el Madrid republicano de 1936 en su obra Diplomat im
roten Madrid, publicada en Berlín en alemán en pleno nazismo en 1938, y no
traducida al español hasta 2005 con el título Matanzas en el Madrid
republicano. Paseos, checas, Paracuellos..., y publicada con nueva traducción
en 2008 con el título de Diplomático en el Madrid rojo.Felix Schlayer (Reutlingen, Alemania; 20 de noviembre 1873 – Madrid, España; 25 de
3. EL AUXILIO PRESTADO
POR LAS REPRESENTACIONES DIPLOMÁTICAS
El deber del corazón
En ausencia del
ministro de Noruega, y ya desde los primeros días, yo había asumido la tarea de
velar por los intereses noruegos y atender a los súbditos de dicho país. Estos
pudieron salir de España sin más complicaciones. Entretanto, el Gobierno
noruego me otorgó categoría diplomática, indispensable en tan difíciles
circunstancias. Noruega no tenía en Madrid ningún edificio propio.
Únicamente contaba con
un piso de alquiler en el que estaba instalada la Cancillería, y otro con la
vivienda privada del Ministro, en una casa de vecinos muy hermosa y elegante,
situada en la periferia, al norte de Madrid. Al lado de la misma había otro
edificio similar y ambos eran propiedad del Ministro de Agricultura cubano. La
vivienda del Ministro de la Legación de Noruega se hallaba en el número 27 de
la calle Abascal. La casa colindante era el número 25.
Mientras en la
embajada alemana había mucha actividad, por estar acogidos en ella varios
centenares de alemanes de uno y otro sexo que buscaban allí su seguridad, en
"Noruega", por entonces, vivíamos horas tranquilas. Solamente se
había autorizado el traslado a la vivienda del Ministro de Noruega, a una
familia que vivían en el mismo edificio, pero que se sentía amenazada a causa
de los repetidos registros sufridos y de la detención de uno de sus miembros
varones. Allí, gracias a la extraterritorialidad reconocida, estaban a salvo.
Poco tiempo después, otros vecinos de la casa me pidieron que ocupara para la
Legación dos viviendas de la misma casa que estaban vacías, con el fin de
protegerlas de las innumerables organizaciones recién fundadas que podrían
instalarse en ellas. Cualquier asociación, grande o pequeña, se atribuía además
de una denominación pomposa, el derecho a un domicilio lo más ostentoso
posible. En la lengua española se había introducido una nueva palabra mágica:
"requisar". Se "requisaba" sin más, lo que gustaba tener:
un auto, una vajilla de plata, buenas camas y también viviendas enteras. Todo
ello se adquiría bajo la convicción inapelable de la pistola, que no admitía
réplicas y ese nuevo vocablo, tan de moda, sustituía a las expresiones
habituales españolas utilizadas para designar tales acciones. Yo, por mi parte,
"controlaba", aunque, desde luego, de acuerdo con el administrador de
la casa , las dos viviendas vacías, sin que se me pasara por la mente
utilizarlas. Pero al cabo de unos días se hizo necesario brindar seguridad a la
numerosa familia del abogado de la Legación ya que, después de los doce
registros practicados en su casa, corría
grave peligro de que se le llevaran, para darle "el paseo", ya que su
padre era uno de los políticos conservadores de más renombre que había sido
varias veces ministro, por lo que, en realidad, era algo insólito que hasta
entonces no hubiera sido víctima de tal destino. Quince personas entre las
cuales se contaban seis niños pequeños constituían el grupo inicial del aún no
previsto “Gross Asyl Noruega” ("Gran Refugio de Noruega"). El aluvión
de personas necesitadas de protección ya no iba a cesar, dada la espantosa
situación en que se encontraba la inmensa mayoría de la población, de toda
condición, desde las mejores familias por su rango social, hasta otras de
condición más modesta y entre ellas jóvenes aislados. Todos, unos por sus ideas
políticas, otros por su condición apolítica, aunque significándose, únicamente,
por llevar una conducta de trabajo y respeto hacia los demás. Por lo que una
representación diplomática tras otra se resolvieron, por un ineludible
imperativo de simple humanidad, a poner a disposición de esos seres humanos
perseguidos, la protección de la extraterritorialidad de sus correspondientes edificios o locales.
Desde que cayó en
desuso el derecho generalizado de asilo, atribuido hace siglos a lugares
consagrados, no se había vuelto a dar, por lo menos en la Europa civilizada,
semejante estado de carencia absoluta de derechos, y, además, en tantos miles
de personas. Era necesario hacer frente a esta situación completamente nueva,
con medios también nuevos. El derecho de extraterritorialidad de las misiones
diplomáticas extranjeras, brindaba el único elemento posible de sustitución de
la mencionada práctica medieval del derecho de asilo. ¿Qué persona, capaz de
sentir compasión, y con posibilidades de
disponer de semejante refugio, podría negárselo a nadie, de quien
supiera que, en la mayoría de los casos, tal rechazo supondría su muerte? Los
diplomáticos extranjeros con destino en Madrid siguieron, por tanto, el dictado
de su conciencia -siempre cuando no se lo prohibieran expresamente algunos
gobiernos en particular- y aprovecharon, muy amplia y generosamente, sus
posibilidades de protección.
Las condiciones que yo
establecí para la acogida en la Legación eran: en primer lugar; la acreditación
de una persecución, producida en el momento, inmediata, sin motivo justificado
y no procedente del Gobierno, sino de bandas incontroladas que actuaban a su
albedrío; y, en segundo lugar, no ser elemento activo con participación en
actuaciones hostiles al Gobierno, ni tener relación de empleo con el mismo. En
un informe exhaustivo al gobierno de Noruega le describí la situación y puse en
su conocimiento la acogida dispensada a los que solicitaban asilo con arreglo a
las condiciones que quedan dichas.
Víctimas de la
persecución Los casos particulares que se presentaban cada día y a cada hora
eran en parte terribles y en parte grotescos. Un hombre, oficial del Ejército,
se pasó tres días con sus noches escondido, tumbado, debajo de un colchón en el
que se estaba desarrollando el parto de una señora. Únicamente, así, pudo
salvarse.
Una señora acudió a mi
acompañada de una muchacha joven para contarme lo que les había sucedido. Pocos
días antes, estando en su casa, ella con su marido y su hijo, más un conocido
con su hijo, llamaron a la puerta, a golpes, entrando cuatro milicianos
exigiendo la presencia del señor de la casa. Al ver que, además de él, estaban
allí el hijo y los otros dos hombres, ordenaron que los cuatro se fueran con
ellos para prestar declaración ante el "Juzgado"; es decir,
"Fomento 9", la célebre "checa".
Algo más tarde, la
hija mayor acudió valientemente allí para preguntar lo que les estaba pasando.
La mandaron de un lado para otro, porque nadie quería saber nada de esos
hombres. Cuando ya, desesperada, se quedó parada ante la puerta, apareció un
coche con los cuatro tipos que se habían llevado a su padre, hermano y amigos.
Se abalanzó sobre ellos exigiendo que le dijeran lo que habían hecho con su
familia. Los individuos, furiosos ante la expectación que provocaban en la
calle, la arrastraron hacia el interior de la casa. A la mañana siguiente, la
muchacha fue hallada, muerta por arma de fuego, en una cuneta cerca de un
pueblo vecino. Al padre, al hermano y a los otros dos, los criminales los habían fusilado, nada más
prenderlos en una calleja donde los dejaron abandonados. En cuanto al amigo y a
su hijo, sus verdugos no sabían ni sus nombres, simplemente por encontrarlos
juntos les hicieron correr la misma suerte, según el dicho alemán Mitgefangen
mitgehangen, ("juntos hallados, juntos ahorcados").
Trágico fue también el
caso de un conde que tenían dos hijos. A uno se lo llevaron una tarde, al otro
consiguió esconderlo, todavía a tiempo. Al día siguiente me pidió permiso para
refugiarse en la Legación de Noruega; quería venir después de comer a mediodía.
Durante la comida aparecieron los milicianos de nuevo y prendieron al más joven
de sus hijos. El conde llegó sólo a la Legación.
En la noche siguiente
dispararon contra los dos hijos juntos y los mataron.
Se dieron muchos casos
en los que la preocupación por los demás miembros de la familia impedía la
salvación propia. El amigo de un joven duque perseguido solicitó asilo para
este y se le concedió. Pero él se negó a tomar en consideración esta
oportunidad porque decía que, al no encontrarle a él, se llevarían a su madre.
Al día siguiente lo prendieron en su casa y por la noche lo mataron a tiros. Había
sido durante años ayudante de Primo de Rivera. Más tarde, tuve que acoger a su
familia, para él ya era demasiado tarde.
Este procedimiento era
el corriente; para obligar a presentarse a los hombres, se prendía a las
mujeres. La mayor parte de ellos se veían sometidos a esta presión. Por esa
razón, tenía yo que acoger en muchos casos, no sólo al hombre perseguido y
amenazado de muerte, sino a la familia entera con niños y todo. Más de una vez,
cuando el marido y la mujer habían encontrado refugio, se llevaban a los hijos
menores. Tal fue la causa de que tuviéramos en casa familias con niños
pequeños.
Los escondrijos en los
que algunos de los hombres tuvieron que guarecerse, hasta que pudieron llegar a
nuestra Legación, pasadas semanas, y, con frecuencia, también meses, eran a
veces fantásticos. Solía ocurrir que las personas que habían escondido a
fugitivos eran también víctimas de su encomiable proceder. Las situaciones que
nos deparan los tiempos revolucionarios son no sólo la falta de reconocimiento,
sino el más severo desprecio de las mejores virtudes humanas tales como la
nobleza y la lealtad. Podría escribirse acerca de esos meses madrileños un
libro entero lleno de ejemplos al respecto, para vergüenza de la humanidad,
pues hay que tomar en consideración el hecho de que no se trataba aquí de una
persecución más o menos legal por parte de Tribunales o de autoridades, sino
del proceder arbitrario de individuos no cualificados, o sea que no se
propugnaba una oposición al Estado, sino una ayuda contra la criminalidad.
Y como ejemplo, puede
valer éste: el propietario de una finca de mediana importancia, situada al
suroeste de Madrid, se encontraba al empezar la lucha, con su hijo en el
pueblo, ocupado en las labores de la cosecha. Antes de que cundiera la consigna,
que inmediatamente se extendió por el pueblo, de matar a todos los
terratenientes, huyeron, en primer lugar, a esconderse en un pozo, adonde un
criado que les era fiel, les llevaba alimentos de noche. Allí se pasaron varias
semanas hasta que enfermaron y quedaron sin movimiento.
En uno de sus pajares
había una pared doble; el espacio entre ambos lienzos de pared era de unos
cincuenta centímetros. El pajar estaba lleno, con arreglo al método español de
paja cortada. Excavaron por las noches un "túnel" que atravesaba la
"montaña" de paja, y, al final de esa "galería" hicieron un
hueco en el primer tabique y se cobijaron entre los dos lienzos de pared. Allí
se pasaron estos dos hombres unos seis meses largos. Sólo por la noche podían
salir al patio, ya que cada pocos días volvían a preguntar por ellos para
llevárselos. Su criado les dejaba, en un lugar determinado, algunos víveres con
los que desaparecían, inmediatamente, de nuevo al escondite en el que tenía que
permanecer inmóviles aguantando el calor del verano y el frío del invierno, sin
ventilación; y eso durante seis meses.
Resulta difícil
imaginar los tormentos que tuvieron que soportar. Más de una vez estuvieron a
punto de salir afuera y dejarse asesinar antes de seguir aguantando. Sólo les
mantuvo la esperanza de recibir ayuda de su familia. Finalmente así fue. Debido
a las gestiones de una hija, el camión de la Legación llegó al pueblo con el
pretexto de comprar víveres. Al caer la noche, recorrió un trecho hacia las
afueras del pueblo y esperó allí a los dos desgraciados a quienes el viejo
criado sacó "de contrabando". Los trajeron a la Legación en estado
francamente lastimoso.
En muchos casos, era
ya corriente que los hombres perseguidos fueran de un lado para otro por las
calles y, a la noche, se metieran en cualquier agujero, o debajo de una maleza
o en algún otro escondite parecido, hasta que, finalmente, los prendían o ellos
encontraron cobijo en una Legación.
Pero, sobre todo, lo
que no había que hacer era quedarse en una vivienda a esperar, cada segundo,
los golpazos en la puerta, anunciadores del subsiguiente "paseo".
"Controlo"
una casa grande
No es, pues, de
extrañar que las dos viviendas que yo "controlaba" se llenaran en un
plazo muy breve. Tenía que ampliar mis locales, ya que la inseguridad, que día
a día iba creciendo, no permitía pensar en dejar de prestar ayuda. Era un peso
que la conciencia simplemente "no podía soportar".
Cuando se han vivido
esas escenas y se han oído súplicas desesperadas de esposas, madres, hermanas,
un ser humano compasivo, prescindiendo de todo sentimentalismo, no puede
permitirse una fría reflexión diplomática considerando ulteriores
complicaciones; lo que hay que hacer, en tales casos, es ayudar y salvar, si es
que uno quiere continuar estimándose a sí mismo.
Decidí, pues, hacerme
con toda la casa, de catorce viviendas (dos por cada planta), para la Legación.
Los pocos inquilinos que aún quedaban allí, ya se habían tenido que pasar, sin
más, a mis locales protegidos. Ahora podían volverse a sus viviendas, con la
obligación de mantenerlas a mi disposición, para que pudieran ocuparlas,
además, otros refugiados. Mediante una instancia por escrito, bien razonada,
más una conversación convincente, conseguí del Ministerio de Estado (Asuntos
Exteriores) el reconocimiento de todos los derechos de extraterritorialidad
para el edificio de Abascal 27, que quedó reconocido, en su totalidad, como
residencia de la Legación de Noruega.
Al día siguiente,
recibí la correspondiente confirmación expresa por escrito. Pero, ya la
víspera, y basándome en la correspondiente promesa verbal, al volver a casa por
la tarde, expliqué al portero y a los dos puestos de guardia que, desde ese
momento y en lo sucesivo, el territorio noruego empezaba en el umbral de la
puerta y que nadie podía cruzarlo sin mi consentimiento. La casualidad quiso
que ya esa misma tarde quedará patente la efectividad de la medida; vinieron,
primero dos milicianos a recoger al inquilino de una vivienda de planta baja
que aún habitaba allí con su familia, empleando la fórmula clásica de que se
trataba de prestar "declaración" ante un tribunal, lo cual hubiera
acabado ineludiblemente en el "paseo".
El hombre pudo todavía
escapar, por una puerta trasera, a otro piso más alto. A los que le venían a
buscar, se les explicó que tenían que salir de allí porque se hallaban en
territorio extranjero. Como a ellos, en su soberana actividad asesina, no les
había ocurrido eso todavía, aparecieron a las dos horas, diez de ellos en dos
autos. No se les dejó traspasar el umbral sagrado, sino que los dos policías de
guardia les declararon categóricamente que tenían orden mía de disparar contra
el que pretendiera penetrar en la casa sin autorización.
Hasta eso no querían
ellos llegar, ya que tenían un concepto muy unilateral de los disparos. Se
retiraron, gruñendo y amenazando, pero no volvieron nunca más. Nuestro hombre
había salvado la vida, que hubiera perdido de no ser por ese derecho de
reciente adquisición.
Al día siguiente
clavamos en la pared, al lado de la puerta de entrada, la copia del documento,
que en los tiempos que siguieron prestó servicio más de una vez.
A lo largo de todo ese
tiempo, adquirí la experiencia de que una actitud decidida, en que se mantiene
desde un principio una conducta intransigente, constituye la mejor protección
frente a la masa.
El principio
indiscutible de una inmunidad condicionada a un poder efectivo, provoca comouna
especie de barrera invencible. Tal actitud me ha ayudado siempre en situaciones
difíciles. Si aquello s energúmenos hubieran podido percibir alguna vacilación
interna mía en cuanto a la seguridad propia, las cosas se hubieran torcido,
ciertamente, más de la vez.
¿Cómo viven
novecientas personas en una casa?
El edificio de la
Legación se fue llenando durante los meses de septiembre y octubre de 1936, de
modo que tuve ocupar, en noviembre, algunas viviendas más, en el inmueble
vecino. Por ello trasladé también allí el Consulado, por el motivo de haber
sido tiroteado el edificio donde estaba instalado, en el centro de la ciudad.
Al final llegó a haber unas novecientas personas en el "asilo"
noruego, número superado en algunos centenares por la Embajada de Chile, que
contaba, eso sí, con más edificios.
Ahora, imagínense lo
que representan novecientas personas a quienes hay que acomodar, juntos, en una
casa de pisos de alquiler, aunque ésta sea grande. Luego, pensemos en que esas
personas no podían dar un sólo paso fuera de la casa, sin correr peligro de
muerte o al menos de privación de libertad; que estaban mezclados al azar,
procedentes de todos los niveles sociales y, por tanto, de muy distintos modos
de relacionarse; que se pasaban la noche y el día encerrados en los mismos
cuartos y todo ello ¡durante más de un año entero! (1937).
A esto hay que añadir
las temperaturas diarias de Madrid que, en invierno, a veces descienden a
varios grados bajo cero, sin calefacción para combatirlo… ¡Y, aún era, sin
duda, peor el verano con un calor que alcanzaba los 40° a la sombra! Quien sea
capaz de hacerse cargo de lo que fue esta realidad, podrá tener una idea de los
problemas originados por tan terrible situación. Añádase a ello la dificultad
de alimentar a estas personas en una ciudad en la que reinaba el hambre desde
hacía varios meses. Todo ello, por si fuera poco, sin contar más que con
escasísimas cantidades de dinero, ya que la gente, tras varios meses de
encierro, muy poco o nada podía aportar. El gobierno noruego no aportó ni un
céntimo en la empresa, hasta el punto de que los telegramas que se le enviaron,
relacionados con los "refugiados" y con su evacuación, tuvieron que
pagarse a costa del fondo común de los mismos acogidos.
Es de esperar que no
se repitan acontecimientos como éstos, tan demenciales que obligaron a socorrer
en un refugio de urgencia a tal cantidad de gente y por tanto tiempo, pero ya
que el destino hizo que interviniera en la organización de la vida diaria en
estos digamos "acuartelamientos masivos permanentes" considero de
interés desde el punto de vista testimonial, relatar a continuación la historia
del refugio en la Legación de Noruega de Madrid. Las doce viviendas disponibles
del inmueble estaban ocupadas cada una por sesenta y cinco a ochenta personas.
La casa tenía la
ventaja de poseer grandes cocinas con dos fogones cada una, así como amplios
cuartos de baño, dos por cada vivienda, más un pequeño retrete. Todo los
cuartos, salvo, naturalmente, los mencionados, tuvieron que utilizarse para
dormir.
En cuanto a muebles,
no había muchos, porque varias viviendas estaban completamente vacías cuando
las ocupamos, mientras que otras habían experimentado la pérdida de parte de su
mobiliario, con ocasión de anteriores registros. En cuanto a las camas, sólo
habían quedado algunas.
En consecuencia, había
que dormir en colchones, en el suelo.
Al principio, se
recogían colchones y ropa de cama de las viviendas de los refugiados. Pero
pronto se hizo esto demasiado difícil, por haberse dictado una disposición por
la que se declaraban embargados todo los colchones de Madrid. Tuvimos que
comprar cantidad de colchones baratos rellenos de borra. En ellos, se
acostaban, en una misma habitación, de ocho a doce hombres o mujeres;
únicamente a las familias con niños se les permitía alojarse, juntos, en una
habitación para ellos.
Durante el día se
amontonaban los colchones, se recogían en algunos cuartos en un rincón y se
instalaban las mesas y sillas existentes, fabricadas en nuestra propia
carpintería: para montar "cuartos de estar".
Cada piso tenía su
Jefe, al que asistía un ayudante; tenía que distribuir el trabajo, la compra y
la rendición de cuentas y cuidar del orden de la vivienda y de las convivencia
entre los residentes. Los jefes de cada piso habían de responder directamente
ante el jefe de Administración (Chef des Kommisariats) que asumía la
administración conjunta y empleaba a Jefes de Sección con las siguientes
competencias: Caja y Contabilidad, búsqueda y compra de carne, leche, pan,
etc.; Transporte, Policía interna, Atención a los presos, Vigilantes nocturnos
y Porteros de día, así como una Inspección de higiene. Dicho Jefe de
Administración estaba en contacto constante con cada Jefe de piso, por un lado
y con mi Secretaría por otro. Todos aquellos incidentes que no podía solucionar
el Jefe de piso, pasaban al Jefe de Administración. Únicamente en el caso de
que tampoco él pudiera dominar el
asunto, pasaba éste a mí Secretaría que, en un principio, intentaba resolverlo
por sí misma y sólo cuando no lo lograba me lo transfería mí. Debo decir en
honor de mis refugiados que en este caso, y me refiero a cuando se trataba de
desacuerdo entre ellos, sólo se dio pocas veces y que, siempre, mi opinión
personal bastaba para resolver, inmediata y totalmente, la posible diferencia.
Disponíamos de un
servicio excelente de sanidad ya que contábamos con diez médicos que estaban en
la Legación. Se habilitaron dos salones grandes para enfermería, de hombres y
de mujeres respectivamente, con buenas camas, cuarto de baño, y otro cuarto
para medicamentos, etc. En esta enfermería, atendimos impecablemente a varios
partos, pero también tuvimos un caso de defunción por tuberculosis.
La inspección
sanitaria de todo los espacios y habitaciones del edificio la practicaba con
frecuencia un médico encargado de la misma y se procuraba con esmero mantener
la máxima limpieza. También tuvimos la suerte que se produjeran muy pocos casos
de enfermedad.
Hubo quienes vinieron
a la Casa con toda clase de padecimientos de estómago o de otras enfermedades
crónicas, que aducían no poder comer de los platos que constituía nuestro menú
diario (a saber, sopas espesas o purés, de garbanzos, judías blancas, lentejas
etc. patatas, más un poco de jamón, de cuando en cuando carne fresca y bastante
cantidad de arroz) y que, pasado algún tiempo, dejaron de lado sus dolencias de
estómago, sin otras causas y comían de lo que había y se dio el caso curioso
que muchos enfermos de estómago, curaban su dolencia y estaban más sanos así,
de lo que habían estado durante años.
Los niños, y también
los mayores a quienes se lo mandaba del médico, podían subir a diario, durante
algunas horas, a la terraza de la casa para disfrutar del aire y del sol. A los
demás no se les permitía porque hubiera sido demasiado peligroso, ya que había
milicianos acuartelados en las "villas" de los alrededores, de
quienes se podía pensar que dispararían se veían mucha gente.
Consecuentemente,
tampoco se permitía que nadie saliera de día a los balcones, había que tener
bajadas las persianas y la casa tenía que dar, por fuera, la impresión de estar
deshabitada.
El movimiento en las
puertas de entrada tenía asimismo que quedar limitado al mínimo posible.
Dichas puertas que
eran de hierro, estaban cerradas y los vigilantes solamente las abrían para dar
paso a personas o carruajes. Se anotaba con exactitud en un libro-registro los
datos de entradas y salidas con la correspondiente mención horaria y todas las
mañanas me presentaban la lista exacta del día anterior. Durante los primeros
meses teníamos, a efectos de vigilancia, seis hombres de la Guardia Nacional,
que, al ser siempre los mismos, vivían en parte con su familia, en los sótanos
de la Legación.
Más adelante, los
policías destacados a efectos de protección, montaban guardia en la calle,
delante de la puerta y no les estaba permitido traspasar el umbral. Los propios
refugiados asumieron entonces la de vigilancia propiamente dicha.
Todo el trabajo que
había que realizar en la casa corría a cargo tanto de las mujeres como de los
hombres: guisar, lavar, planchar, eran tareas confiadas a las mujeres; limpiar
las habitaciones, pelar patatas y otros trabajos auxiliares de la cocina,
acarrear carbón y leña y demás trabajos rudos quedaban a cargo de los hombres;
sobre todo de los jóvenes. La distribución de las faenas correspondía al
"Jefe de piso" y había que atenerse a ella rigurosamente. Con razón
podía yo, ocasionalmente, hacer alarde ante los comunistas, del "comunismo
ideal" que se practicaba en nuestra casa, donde cada uno trabajaba para
todos y donde se daba literalmente el caso de que una duquesa lavara la ropa de
su criada, cuando a ésta le tocaba la semana de "cocina" y a ella la
semana de "colada".
Así de
"comunista", en el buen sentido, era también la solución que se daba
a la cuestión económica. Al principio, la mayoría de la gente disponía de
alguna cantidad de dinero, mayor o menor, o podía procurársela a cargo de
amigos o parientes. Como, en realidad, salvo el tabaco, sólo podía gastarse en
comer y en beber y se trataba, por tanto, de gastos comunes, éstos se
liquidaban toda las semanas en comunidad y por pisos. El Jefe de piso mandaba
buscar cada mañana a nuestros propios almacenes en el sótano los alimentos
necesarios que tenía que pagar.
Al final de la
semana hcia las cuentas y las repartía
entre los ocupantes de la casa. Los gastos oscilaban según los pisos, ya que
algunos se administraban con algo más de "sibaritismo"; pero, como
término medio salíamos adelante con tres pesetas (más o menos, un marco)
diarias por persona, en "pensión completa"; a saber, con desayuno,
consistente en café con leche y pan, comida y cena, con dos platos calientes,
tan abundantes como quisieran, y un vino ligero del país.
Tan pronto como
aumentó algo el número de refugiados, puse en servicio, primero un camión y, al
poco tiempo otro. Ambos los había "controlado yo", es decir que el
primero lo puso su dueño voluntariamente a nuestra disposición, para salvarse;
sólo teníamos que pagar el carburante y al conductor.
El segundo, lo
solicitamos al organismo correspondiente que se hallaba bajo la dirección de mi
antiguo chófer, que nos lo proporcionó y cuando ya llevábamos algunos meses
utilizando este vehículo, un día que lo teníamos aparcado delante de casa,
aparecieron de pronto algunos milicianos increpando al conductor; resulta que
aquel camión les pertenecía a ellos; es decir, a la organización anarquista y,
según decían, se lo habían robado los socialistas. Por más que les dijimos cómo
lo habíamos conseguido no se dejaron convencer, se metieron dentro, tiraron la
mercancía que llevaba el camión y se fueron con él. El chófer pudo seguirle la
pista y comprobar que lo encerraban en un garaje muy próximo a la Legación.
Entró y se quejó al "responsable" del garaje, que se manifestó como
un anarquista exaltado y, con malos modos, le echó afuera al chófer, que estaba
afiliado al socialismo. Después supimos que se dirigió a varias embajadas
ofreciendo, muy amablemente, los servicios del camión en condiciones
prohibitivas.
No nos dejamos
intimidar y nos dirigimos a los directivos de la Dirección de transportes
exigiendo la devolución del vehículo que se nos había entregado con absoluta
legalidad. Telefoneé personalmente al que ostentaba la más alta dirección, que
me prometió aclarar el asunto, lo más brevemente posible. Tres días después,
reconocía que habían surgido dificultades y que no sabía cómo podría dar por
resuelto el mencionado asunto. Me enteré, por otras referencias, de que el
"cancerbero" del garaje se había comunicado con el alto directivo de
transportes y le había propuesto unas marrullerías de las que aquel señor se
sintió abochornado y ya no se atrevió a volver a hablar con el anarquista.
Mandé a mi secretario
alemán que fuera a ver a aquel bárbaro y le invitara, amablemente, a venir a
verme a la Legación para tomarse una copa conmigo. Accedió a la entrevista, y
al poco tiempo mi secretario me presentaba a un verdadero oso. Era gallego (habitante
del ángulo nordeste de España de donde proceden casi todos los cargadores,
seguramente con algún componente germánico, puesto que allí se mantuvo el reino
de los suevos), grande, cuadrado, bastote, peludo, con voz poderosa. Le recibí
como un buen amigo con el que hubiera "tenido algún malentendido".
Habíamos charlado media hora cuando me abrazó efusivamente, como también a mis
tres secretarios y nos dijo que repararía enseguida el vehículo que su gente
había estropeado conduciéndolo y que en dos días lo tendríamos a nuestra
disposición. Y añadió que si, en adelante, tuviéramos que hacer alguna
reparación, o necesitáramos otros coches, no teníamos más que decirlo. De
hecho, a partir de entonces, no sólo nos reparaba los vehículos, sino que más
de una vez, ponía otros a nuestra disposición si, por algún motivo, los
necesitábamos.
He referido este
episodio como sintomático de la "coexistencia" de rudeza, y de bondad
de corazón, en estos seres primitivos. Todo español lleva dentro algo así como
un "caballero"; sólo hay que ayudarle a que éste se manifieste.
Nuestros dos camiones,
así como el vehículo de reparto, nos llevaban ahora sin impedimentos, por todo
el país; primero por las provincias que rodean Madrid y después hasta Almería,
Murcia y, con frecuencia Valencia, a comprar víveres. También nos servíamos a
veces de los comunistas, que se ponían a nuestra disposición, como mediadores
que traficaban, en régimen de intercambio, con organizaciones comunistas de
localidades próximas que, por ejemplo, cambiaban jabón por patatas, carne o
garbanzos por café. Más adelante, teníamos que llevar, con regularidad, café,
azúcar o jabón a los lugares donde queríamos comprar algo, para poderlo hacer,
ya que desde la primavera de 1937 los labradores no estaban dispuestos a
enajenar víveres por dinero, ni siquiera en localidades más distantes.
Esta organización de
compras, que actuaba activamente no solamente nos permitía cubrir generosamente
las necesidades de nuestra propia Legación, sino también ayudar ampliamente a
la mayor parte de las demás, mediante el suministro de víveres, lo que, dada la
escasez que ya empezaba padecerse, nos atrajo naturalmente su simpatía. Pero es
que, además de todo lo dicho, llegamos incluso a poder proveer de víveres a las
cárceles. Durante mucho tiempo, y de acuerdo con la persona que tenía
contratado el suministro de los presos, a razón de 1,50 ptas por individuo y
día, suministramos patatas a todas las cárceles de Madrid hasta que empezaron a
escasear los alimentos y el combustible para los camiones y hubo que dejarlo.
Con ocasión de mis
muchas visitas a las distintas prisiones, sus directores me daban a probar una
muestra de la comida y, como ésta solía consistir únicamente en una sopa aguada
con arroz o lentejas, replicaban a mis exigencias que no podían procurarse otra
cosa y, sobre todo, no había modo de encontrar patatas, tan necesarias para
saciarse. Nuestros camiones procuraron ayudar hasta que, en enero Melchor
Rodríguez, un hombre de mucho mérito de quien hablaremos más adelante, se
procuró en su calidad de Director de Prisiones de Madrid, medios propios de
transporte y pudo encargarse de llevar a cabo el suministro.
Según avanzaba la
contienda escasearon tanto los víveres en toda la zona dependiente del Gobierno
rojo, que los camiones regresaban medio vacíos, a pesar de todas las mercancías
que llevaban para el trueque. Entonces, en una situación de emergencia tuvimos
que traer víveres de Marsella, mediante una comisión conjunta establecida, por
el Cuerpo Diplomático. Mediada la guerra no había modo de conseguir ni siquiera
aceite, y a principios de julio de 1937 no pudimos obtener ya ni un solo kilo
de arroz, ni en Valencia, el gran centro arrocero, ni en sus alrededores que no
cultivaban otra cosa.
El hambre de la
población civil
Ya desde el mes de
diciembre de 1936, Madrid padecía verdadera escasez. Y esta necesidad no
consistía sólo en la falta de alimentos, sino que aún era casi peor la falta de
combustible. Se formaban “colas” kilométricas. ¡Mujeres hubo que se habían
puesto a la cola a las dos de la madrugada y que a las diez o a las once de la
mañana no habían podido adquirir ni dos kilos de carbón!
A pesar de que había
una considerable reserva de carbón en Madrid. Se almacenaba en los trasteros de
las casas señoriales, en las que, como de costumbre, ya desde principios de
verano, se encerraba el carbón para la calefacción del próximo invierno.
Todo esto había sido
objeto de incautación, y el carbón que se suministraba al Cuerpo Diplomático
procedía siempre de las carboneras de esas casas. ¿Qué iba a pasar el próximo
invierno cuando dicha reserva faltara? Se abatieron árboles, en el mismo
Madrid, y sobre todo en los alrededores, y esa leña verde, procedente de
pueblos cercanos, se traía en carros arrastrados por mulas y burros a Madrid,
donde se vendía a precio de “straperlo”.
Las tiendas de
comestibles abrían en su mayoría, pero casi no tenían género. De momento, la
gente todavía recibía pan y cierta cantidad de arroz. El azúcar y el aceite se
expendían en cantidades mínimas. Pero al cabo de algún tiempo empezó falta el
pan, que es lo peor que les puede pasar a los españoles.
Durante algunas
semanas, en febrero de 1937, se iban formando, colas interminables para
adquirirlo. Junto a la Dirección de Seguridad había una tahona, donde,
naturalmente, se formaba una cola como en todas las demás. Me interesé a través
de varias mujeres que consideré de mejor apariencia social las vicisitudes que
tenían que soportar en la “cola” y así me enteré que llevaban allí de pie,
alternándose unas con otras, tres noches desde las doce o la una para que a las
diez de la mañana les dijeran finalmente que se había terminado todo el pan. Ó
sea, que desde hacía tres días, y a pesar de todo ese esfuerzo, no habían
recibido nada. En marzo, por fin, se empezó a suministrar el pan, a través de
cartillas con raciones muy escasas, pero que, por lo menos, se adquiría con
menos molestias.
Emocionante, ridículo
y a la vez trágico era el espectáculo de los carritos de dos ruedas tirados por
un burro, procedente de los pueblos colindantes, circulando por Madrid con algo
de verdura o de fruta y conducidos por un viejo labrador, a quién seguían
detrás, una caterva de mujeres, niños y algunas veces incluso hombres; andaban
así hasta que el carro se paraba en cualquier sitio y entonces se procedía a la
venta.
En el Madrid sitiado,
llegó a adquirir la situación alimentaria extremos límites, verdaderamente
angustiosos, en que fallaba hasta el racionamiento, teniéndose que valer los
madrileños de los procedimientos más inusitados para poder llegar a adquirir un
poco alimento, bien por intercambios de jabón, bebidas alcohólicas, tabaco...,
muchos sucumbieron por el hambre, pero hubo muchísimos que lograron
sobrevivir milagrosamente, porque
parecía imposible pensar que se pudiera lograr vivir y subsistir durante cerca
de tres años, cuando las personas que vivían en Madrid se quedaron literalmente
en los huesos, perdiendo de su peso normal veinte, veinticinco e incluso
treinta kilos, originándose, como consecuencia, en la población una endemia
de avitaminosis y tuberculosis, con toda
las consecuencias patológicas que esto conlleva.
La Legación de Noruega
era conocida en Madrid por la alimentación y los cuidados convenientes que
dispensaba a sus refugiados; también salían de allí diariamente víveres para
los familiares que estaban fuera y para las cárceles. Al marcharme yo, en julio
de 1937, la Legación estaba abastecida, en su almacén propio, con los víveres
necesarios para mantener, durante unos meses, a un número de personas que
oscilaba entre las ochocientas y las novecientas.
Vacas españolas y
leche noruega "Noruega" ¡tenía hasta sus propias vacas! ¡Nada menos
que cincuenta! Porque la leche era naturalmente uno de los alimentos más
escasos. Nosotros no las habíamos comprado, sino "controlado". Me
explico: me había llamado la atención el pestilente olor, procedente de un
edificio próximo a nuestra Legación y me percaté de que en dos almacenes,
situados en los bajos del mismo, estaba instalado de modo totalmente provisional
y primitivo un establo de vacas, que daban de todo menos leche y si de ésta
daban algo, era muy poco porque las pobres estaban exhaustas.
No había pienso que
comprar en Madrid y su propietario no tenía medios de transporte de ninguna
clase para procurárselo trayéndolo de otra parte. Dado que todos los
propietarios de vacas estaban en la misma situación, ya se habían sacrificado
gran parte de ellas, habida cuenta de que la carne se pagaba muy cara.
Convine, pues, con el
hombre en hacerme yo cargo de las vacas, a cambio del suministro exclusivamente
a mi Legación de la leche producida, que le pagaría a precio normal, previa
deducción del coste del pienso. Encontramos un establo apropiado en donde poder
instalar y atender como es debido a los animales. Recogimos de lejos, pienso
con nuestros camiones y obtuvimos un suministro de leche buena y abundante,
sobre todo para nuestros ciento veinte niños.
Los garajes existentes
en la casa se utilizaron ocasionalmente como mataderos, cuando las vacas ya se
secaban o cuando se las podía comprar para sacrificarlas. Una vez, hubo que
traerse a la Legación una vaca destinada al sacrificio. Pero el animal se
negaba andar y la noche sorprendió al vendedor y a la vaca en las calles de
Madrid. Con ello, el hombre causó extrañeza y acabó siendo conducido con su
"acompañante" a la Comisaría y allí pasó la noche.
La vaca se comió la
colchoneta de un policía. A la mañana siguiente, tuve que reclamar la vaca por
la vía diplomática, después de lo cual, la trajeron a empujones a la Legación,
con su propietario por delante tirando y dos policías empujándola por detrás.
Todavía teníamos otras
quince vacas más en régimen de "pro-indiviso". Pertenecían
conjuntamente a Chile, Checoslovaquia y Noruega. Se hallaban en un establo
chileno junto al hermoso palacio en el que estaba instalado el decanato del
Cuerpo Diplomático. Checoslovaquia las había conseguido y Noruega cuidaba de
procurarles el pienso. Su leche se repartía amistosamente entre los tres
Estados y nunca se formularon reclamaciones diplomáticas aún cuando disminuyera
con el tiempo, la ración y se aceptara que la proximidad "geográfica"
favoreciera a nuestros amigos los chilenos.
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