lunes, 2 de julio de 2018

Regreso al futuro del PP

Regreso al futuro del PP

O el partido se rearma de ideales e ilusión, o quien resulte elegido se convertirá en su enterrador (o enterradora)

Isabel San Sebastián

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Si el Partido Popular quiere tener un futuro, debe regresar a sus raíces, a las razones que originaron su nacimiento y dieron sentido a su existencia e incluso a su hegemonía política durante varios años, a su esencia. De no hacer este viraje drástico y hacerlo inmediatamente, lo que se jugará en las próximas elecciones no será el poder que ansía la ex vicepresidenta por encima de cualquier otra cosa, sino la supervivencia. Porque el PP actual, el que sumido en mezquinas luchas intestinas perdió la moción de censura frente al PSOE más débil que jamás ha conocido España, carece de utilidad tanto como de atractivo, la verdad.
Soy de las que piensan que la cartera no basta para inclinarse por una u otra opción a la hora de escoger gobierno. Ni de lejos. No en una proporción capaz de dar un vuelco a la balanza. Tal vez en un tiempo de crisis aguda como la que provocó la irresponsable gestión de Zapatero unida a una pésima coyuntura internacional la apelación al «garbanzo» resultase en sí misma suficientemente convincente, pero superado el trance el argumento se ha quedado muy corto. Y hoy, afortunadamente, ya no estamos en ese aprieto. Hoy la economía ha mejorado de manera sustancial, mientras vemos hundirse en el fango el prestigio de los servidores públicos a la vez que se van quebrando los factores de cohesión que nos han mantenido unidos desde hace más de quinientos años. Esas son las grandes batallas que habrá de librar la persona llamada a dirigir el PP. Todo lo demás es secundario.
Las formaciones políticas nacen y mueren, como les ocurre a los seres vivos. También envejecen, en la medida en que pierden empuje. La UCD se formó para impulsar la transición y, cumplida esa tarea, desapareció en un ingrato olvido. Surgió entonces de esas cenizas el Partido Popular, con el propósito de aglutinar a todo el centro-derecha en torno a unos valores comunes: la libertad individual y económica, así como la defensa de la vida, de España, la Constitución, el Estado de Derecho, la familia, la propiedad privada, las clases medias trabajadoras o las víctimas del terrorismo, entre otros colectivos en buena medida traicionados y por consiguiente defraudados.


¿Qué queda de ese proyecto fundacional? Poco o nada. Los intereses han prevalecido claramente sobre los principios. Las prioridades han sido alteradas hasta el punto de hacer irreconocible el resultado. La demoscopia ha sustituido a la convicción. La corrupción material compite con la ideológica por ver cuál de las dos hace más daño a las siglas. El PP ha dejado de ser un hogar para millones de ciudadanos desterrados a raíz de esa metamorfósis, que andan huérfanos de liderazgo en busca de un Moisés (o «Moisesa») capaz de devolverles algo parecido a la que consideraron su casa.
No seré yo quien me pronuncie por un nombre u otro. Esa labor de selección corresponde a los escasos militantes deseosos de implicarse en un peculiar proceso de elección a dos vueltas, en el que los electores varían de la primera a la segunda. Sí diré, en calidad de antigua votante expulsada por la mutación descrita, que cuanta más implicación haya tenido el candidato o candidata en la transformación que ha experimentado el partido a lo largo de la última década, menos posibilidades tendrá éste de recobrar su juventud, su vigor, su credibilidad y su valor de antaño. Dicho de otro modo; o el PP se rearma de ideales e ilusión, o quien resulte elegido se convertirá en su enterrador (o enterradora).


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