El maltrato psicológico 2
El maltrato psicológico se suele manifestar como un largo proceso en donde la víctima no aprecia cómo el agresor vulnera sus derechos, cómo le falta al respeto, la humilla y la víctima va progresivamente perdiendo autoestima y seguridad en sí misma.
El inicio es variable, depende de las personas que configurarán la relación y de circunstancias diversas.
Unos maltratadores comienzan en el noviazgo a dar muestras de señas de violencia psicológica, otros empiezan a mostrar algunos signos tras el embarazo del primer hijo o de repente sin haber una señal propiamente dicha la persona es otra para su pareja o los que le rodean.
En el caso de parejas hay una etapa de atracción o enamoramiento en la que la víctima no se da cuenta de ciertas señales que no pasarán desapercibidas para otros.
Desde un control de la imagen, un sentido de posesión exagerado o ciertas señales que conviene hacer patentes para que la víctima no se vaya sumergiendo en una situación de caos e indefensión.
Casi todos reconocemos los insultos, las continuas comparaciones para descalificarnos, el tono de voz duro y desagradable, un volumen alto con el ejemplo clásico de los chillidos y gritos, la mirada fija, la risa sarcástica y sabemos distinguir una cara de asco cuando nos hablan.
Estos signos a los que restamos importancia van provocando en nosotros malestar interno y profundo.
Es interesante analizar los aspectos no verbales y no quedarse meramente con el mensaje que nos llega de nuestro interlocutor.
A veces hay esposas y esposos que se sorprenden de lo que ha sucedido porque han pasado por alto este aspecto tan importante de la comunicación. Sólo notaban cierta desazón tras una frase como un te quiero. No analizaban los gestos y su incongruencia con el mensaje trasmitido.
Frente al maltrato psicológico hay una serie de respuestas adecuadas que pueden limitar el incremento de la respuesta agresiva de nuestro interlocutor o si no al menos, serán alarma que nos avisarán qué lo mejor es marcharse.
Este tipo de respuestas se suelen aprender en sesión clínica de cara a afrontar la ruptura y rehacer una posible vida nueva de pareja.
En las siguientes líneas se muestran ejemplos de esa comunicación que vulnera nuestros derechos básicos y qué a la larga merman nuestra autoestima:
*.- · Moralización: Es una forma muy sutil de control.
La persona se cree dueña de la verdad absoluta y juzga a los demás con su baremo. Lo hace con palabras paternalistas, desde el prisma es que es una persona respetable. "Una buena esposa es la que da placer a su marido aunque no le apetezca, así que vete preparándote".
“Un buen padre debe velar por sus hijos, y si pienso que debes estudiar medicina en vez de dedicarte a la pintura lo hago por tu bien".
· Interpretar: Este tipo de comunicación supone que la persona que habla hace una lectura de pensamiento del otro. "No vas a dormir conmigo porque estás vengándote de lo de ayer". "Seguro que piensas que no soy capaz de hacerlo yo sola".
· Tergiversación: El receptor sospecha de la intención del emisor y reacciona como si éste fuera a criticarlo. Ante la frase: "Hoy la comida está buena" la respuesta agresiva sería: "Quieres decir suelo cocinar mal, ¿no es eso?".
· Interrogar: La persona agresiva se dedica a preguntar en plan policiaco. Muchas veces está el tema de los celos como tema de este tipo de preguntas. "¿Puedes darme una buena explicación por la qué entienda yo que has llegado a las 17:35 y no a las 17:30 como quedamos?¿No te estarás viendo con esa?¿Qué?¿Es buena en la cama?".
· Mandar u ordenar: Imaginemos por un instante que nuestra pareja tiene la costumbre de mandar hacer o lo que es lo mismo, de ordenar. Una persona normal se dará cuenta de qué él otro podría hacer muchas cosas que delega y lo qué es más molesto, es la forma de expresión tan negativa añadiendo a ello una creencia de superioridad implícita. Frases cómo: "Quiero que me planches los pantalones con raya, cómo a mí me gustan, ¿es qué tu no sabes nada?". El maltratador piensa que el respeto de los demás se obtiene de esta forma, sometiendo a la gente a su voluntad y la mayoría de las veces no practica con el ejemplo, es decir le gusta que le hagan pero no le gusta hacer.
· Imponer soluciones: El individuo toma la decisión sin consultar a los demás miembros de la familia o a la pareja. "A mí me apetece ir a Madrid en vacaciones, así qué para qué hablar más. Lo he dicho yo y basta"."Donde manda patrón no manda marinero".
· Criticar: Existen dos tipos de crítica, la constructiva o sugerencia y la crítica destructiva. Nos centraremos en esta última, que provoca un malestar en la persona que la recibe. La primera sirve para buscar una solución, la segunda se basa en la confrontación. "Si no fueras un calzonazos, ya tendríamos la casa en la Sierra y yo no tendría que trabajar"."Eres una pesada, todo el día hablando de tu madre.¿Te he hablado alguna vez de mi familia sin qué me lo preguntaras?".
· Ridiculizar: Burlarse del otro en algún aspecto. "Te molesta qué bailé con Alberto, tu compañero de trabajo en la cena, ya? pero sí tú eres un pato mareado y además no te gusta bailar, en cambio él es como Fred Astaire y yo me siento como Ginger en una de sus películas. Mira el vestido que me compré, ¿crees qué estando sentada contigo, un patoso con cara de payaso, me iba a poder lucir en la fiesta de tu empresa?".
· Despreciar: Menospreciar al otro individuo. "¡Eres una inútil, no haces nada a derechas!". "Una chica tan estrecha, me estás haciendo perder el tiempo".
· Reprender: La persona en vez de sugerir cambios, directamente critica de forma destructiva: "La tortilla es una bazofia, está intragable, eres malísima cocinando y me tienes harto, parece que lo haces aposta. Mi madre, esa sí qué sabe".
· Amenaza o coacción: En el maltrato psicológico que lleva años es muy típico encontrar que el agresor o agresora amenaza o coacciona si no se cumple algo con hacer o dejar de hacer algo. Es bueno recordad que el Código recoge la figura de las amenazas y coacciones cómo delito, esto muchas veces se pasa por el calor de la discusión. "Si me abandonas, te mato". "Cómo no calles a ese asqueroso mocoso, le parto la cara".
· Culpabilizar y hacerse la víctima: Este fenómeno es muy corriente. El agresor proyecta su agresividad en la víctima y se percibe como inocente. "Ella me provoca, soy un hombre y debo responder así, si la pego o me enfado es porque me saca de mis casillas, ella se lo ha buscado. Es la verdadera culpable, además una paliza o qué la pongan en su sitio le viene bien".
· Pseudoaprobación: La persona aparenta comprensión pero deja un poso de culpabilidad en la persona que la escucha?Sí es cierto qué tu madre está en el hospital, lo entiendo, sé qué la quieres, bueno? y está su marido, qué esa es "aquí te espero, estaré solo, esperándote, echándote de menos para que me hagas la cena, pero lo entiendo, ella es lo primero para ti. Vete cariño".
· Tranquilizar: La persona tras haber hecho algo malo, tiende a indicar qué la otra está nerviosa, qué no controla sus emociones y ella le pide qué se tranquilice, demostrando lo buena persona qué es. "Sí, estaba con Ana en la cama, tranquilízate, estás histérica...si no es para tanto. Te sentirás mejor cuando me vista y nos vayamos a casa, tranquilízate. Te pones nerviosa por tonterías.".
· Retirarse: Hay un tipo de agresividad que se caracteriza por la pasividad, por la falta de compromiso para arreglar la situación. "Me molesta verte así, me voy no sé cuándo volveré. No te molestes en esperarme, a lo mejor ni vengo en varios días". Se trata de una respuesta pasivo-agresiva muy difícil de rectificar en la persona que elude el conflicto. Imaginemos que hablamos sobre un tema importante y de golpe el otro sin dar una explicación.
La agresividad verbal puede ser muy sutil o en cambio puede ser el típico repertorio de insultos. Se puede hablar de agresividad cuando la forma de hablar casi siempre es para desvalorizar al otro, no por un insulto aislado.
El problema cuando se detecta deberá consultarse a especialistas para que se tomen las medidas oportunas. Al ser un tipo de conducta muy difícil de probar requeriremos la actuación de profesionales si se decide una ruptura no conciliatoria.
Es muy importante el apoyo de psicólogos especializados en temas de pareja, maltrato o victimiología. Será preciso descartar la posibilidad de que la autoestima se haya deteriorado o qué aparezca un cuadro psicológico derivado de este tipo de relación negativa.
Vega Funes Martínez
La gran coalición
Un pacto entre las tres fuerzas inequívocamente democráticas, proeuropeas y modernas —PP, PSOE y Ciudadanos— exige realismo, generosidad y espíritu tolerante
MARIO VARGAS LLOSA 27 DIC 2015 - 00:00 CET
Todo el mundo parece de acuerdo en que las recientes elecciones en España acabaron con el bipartidismo y una inequívoca mayoría parece celebrarlo.
Yo no lo entiendo.
La verdad es que ese período que ahora termina en el que el Partido Popular y el Partido Socialista se han alternado en el poder ha sido uno de los mejores de la historia española.
La pacífica transición de la dictadura a la democracia, el amplio consenso entre todas las fuerzas políticas que lo hizo posible, la incorporación a Europa, al euro y a la OTAN y una política moderna, de economía de mercado, aliento a la inversión y a la empresa produjo lo que se llamó “el milagro español”, un crecimiento del producto interior bruto y de los niveles de vida sin precedentes que hizo de España una democracia funcional y próspera, un ejemplo para América Latina y demás países empeñados en salir del subdesarrollo y del autoritarismo.
Es verdad que la lacra de esos años fue la corrupción. Ella afectó tanto a populares como socialistas y ha sido el factor clave —acaso más que la crisis económica y el paro de los últimos años— del desencanto con el régimen democrático en las nuevas generaciones que ha hecho surgir esos movimientos nuevos, como Podemos y Ciudadanos, con los que a partir de ahora tendrán que contar los nuevos Gobiernos de España.
En principio, la aparición de estas fuerzas nuevas no debilita, más bien refuerza la democracia, inyectándole un nuevo ímpetu y un espíritu moralizador.
Acaso el fenómeno más interesante haya sido la discreta pero clarísima transformación de Podemos que, al irrumpir en el escenario político, parecía encarnar el espíritu revolucionario y antisistema, y que luego ha ido moderándose hasta proclamar, en boca de Pablo Iglesias, su líder, una vocación “centrista”.
¿Una mera táctica electoral? Tengo la impresión de que no: sus dirigentes parecen haber comprendido que el extremismo “chavista”, que alentaban muchos de ellos, les cerraba las puertas del poder, e iniciado una saludable rectificación.
En todo caso, el mérito de Podemos es haber integrado al sistema a toda una masa enardecida de “indignados” con la corrupción y la crisis económica que hubieran podido derivar, como en Francia, hacia el extremismo fascista (o comunista).
¿Y ahora qué ?.
El resultado de las elecciones es meridianamente claro para quien no está ciego o cegado por el sectarismo: nadie puede formar Gobierno por sí solo y la única manera de asegurar la continuidad de la democracia y la recuperación económica es mediante pactos, es decir, una nueva Transición donde, en razón del bien común, los partidos acepten hacer concesiones respecto a sus programas a fin de establecer un denominador común.
El ejemplo más cercano es el de Alemania, por supuesto. Ante un resultado electoral que no permitía un Gobierno unipartidista, conservadores y socialdemócratas, adversarios inveterados, se unieron en un proyecto común que ha apuntalado las instituciones y mantenido el progreso del país.
¿Puede España seguir ese buen ejemplo?
Sin ninguna duda; el espíritu que hizo posible la Transición está todavía allí, latiendo debajo de todas las críticas y diatribas que se le infligen, como han demostrado la campaña electoral y las elecciones del domingo pasado que (salvo un mínimo incidente) no pudieron ser más civilizadas y pacíficas.
La aparición de Podemos y Ciudadanos no debilita la democracia sino que la refuerza
Sólo dos coaliciones son posibles dada la composición del futuro Parlamento, el PSOE, Podemos y Unidad Popular, que, como no alcanzan mayoría, tendría que incorporar además algunas fuerzas independentistas vascas y/o catalanas.
Difícil imaginar semejante mescolanza en la que, como ha dicho de manera categórica Pablo Iglesias, el referéndum a favor de la independencia de Cataluña sería la condición imprescindible, algo a lo que la gran mayoría de socialistas y buen número de comunistas se oponen de manera tajante.
Pese a ello, no es imposible que esta alianza contra natura, sustentada en un sentimiento compartido —el odio a la derecha y, en especial, a Rajoy— se realice. A mi juicio, sería catastrófica para España, pues probablemente las contradicciones y desavenencias internas la paralizaría como Gobierno, retraería la inversión y podría provocar un cataclismo económico para el país de tipo griego.
Por eso, creo que la alternativa es la única fórmula que puede funcionar si las tres fuerzas inequívocamente democráticas, proeuropeas y modernas —el Partido Popular, el Partido Socialista y Ciudadanos—, deponiendo sus diferencias y enemistades en aras del futuro de España, elaboran seriamente un programa común de mínimos que garantice la operatividad del próximo Gobierno y, en vez de debilitarlas, fortalezca las instituciones, dé una base popular sólida a las reformas necesarias y de este modo consiga los apoyos financieros, económicos y políticos internacionales que permitan a España salir cuanto antes de la crisis que todavía frena la creación de empleo y demora el crecimiento de la economía.
El espíritu que hizo posible la Transición late debajo de todas las críticas y diatribas
Esto es perfectamente posible con un poco de realismo, generosidad y espíritu tolerante de parte de las tres fuerzas políticas. Porque este es el mandato del pueblo que votó el domingo: nada de Gobiernos unipartidistas, ha llegado —como en la mayoría de países europeos— la hora de las alianzas y los pactos. Esto puede no gustarle a muchos, pero es la esencia misma de la democracia: la coexistencia en la diversidad. Esa coexistencia puede exigir sacrificios y renunciar a objetivos que se considera prioritarios. Pero si ese es el mandato que la mayoría de electores ha comunicado a través de las ánforas, hay que acatarlo y llevarlo a la práctica de la mejor manera posible. Es decir, mediante el diálogo racional y los acuerdos, con una visión no inmediatista sino de largo plazo. Y ver en ello no una derrota ni una concesión indigna, sino una manera de regenerar una democracia que ha comenzado a vacilar, a perder la fe en las instituciones, por la cólera que ha provocado en grandes sectores sociales el espectáculo de quienes aprovechaban el poder para llenarse los bolsillos y una justicia que, en vez de actuar pronto y con la severidad debida, arrastraba los pies y algunas veces hasta garantizaba la impunidad de los corruptos.
España está en uno de esos momentos límites en que a veces se encuentran los países, como haciendo equilibrio en una cuerda floja, una situación que puede precipitarlos en la ruina o, por el contrario, enderezarlos y lanzarlos en el camino de la recuperación. Así estaba hace unos 80 años cuando prevaleció la pasión y el sectarismo y sobrevino una guerra civil y una dictadura que dejó atroces heridas en casi todos los hogares españoles. Es verdad que la España de ahora es muy distinta de ese país subdesarrollado y sectarizado por los extremismos que se entremató en una guerra cainita. Y que la democracia es ahora una realidad que ha calado profundamente en la sociedad española, como quedó demostrado en aquella Transición tan injustamente vilipendiada en estos últimos tiempos. Ojalá que el espíritu que la hizo posible vuelva a prevalecer entre los dirigentes de los partidos políticos que tienen ahora en sus manos el porvenir de España.
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