En pocas semanas estarán en la calle los nueve presos. El juicio tal vez se celebre. Será un trámite, algo parecido a aquello de Mas en el Tribunal Superior catalán.
Consumado el traslado de los presos golpistas a las cárceles dirigidas por sus subordinados, nadie discute que les esperan toda clase de privilegios en circunstancias especialmente adaptadas a su condición de héroes de la república catalana. No es previsible que ningún penado vaya a enseñar los genitales a ninguno de los considerados "líderes independentistas", como le pasó a Jordi Sànchez en Soto del Real. Y si lo hace, que se vaya preparando.
En las prisiones catalanas todo es diferente. Otra cosa. Son de "inspiración nórdica", asegura La Vanguardia. Al tratarse los golpistas de presos preventivos, la Generalidad no tiene mano (legal) para soltarlos los fines de semana o dejar que sólo vayan a dormir a la cárcel, pero sí puede abrirla del todo en materia de comunicaciones, visitas, horarios, actividades y todo aquello que pueda contribuir a paliar los efectos de la restricción de movimientos.
Esta Operación Retorno patrocinada por el Gobierno Sánchez para desescalar el panorama ha provocado una notable euforia en el campo golpista. Más que desescalar, lo que está provocando el acercamiento es la reactivación de las bases separatistas, que de momento han convertido los accesos a las prisiones en vías amarillas con lazos de plástico en los quitamiedos y pintadas en el asfalto. O sea, la guarrada cotidiana con la que el separatismo demuestra que las calles son suyas y nada más que suyas, de los naziamarillos.
Los más hiperventilados abogan por acampar delante de las cárceles hasta conseguir la liberación de los "presos políticos", por montar otro 20 de septiembre en la Consejería de Economía, cuando una turba convocada por los Jordis amenazó con linchar a una comitiva judicial mientras el jefe de los Mozos de Escuadra se negaba a prestar ayuda a los asediados. Pasa que, como las cárceles sí que son suyas, ERC no se va a montar un pollo a sí misma ni permitirá que se la líen el grupo de Junts per Puigdemont, la ANC o los CDR. Manifestaciones puntuales, vale, pero un Maidan ante la cárcel, eso no.
Todo esto de que Junqueras vaya a ser un preso en una cárcel dependiente del Departamento de Justicia de la Generalidad, que está en manos de la consejera de su partido Ester Capella, suena a uno de esos engendros televisivos en el que el dueño de una empresa se hace pasar por becario para ver quién de sus empleados es un hijoputa y quién un chivato felpudo. ¿Qué clase de beneficio penitenciario podría negar Capella a su amado líder? ¿Qué antojo no podrá ser satisfecho? ¿Qué sugerencia del presidiario sería desatendida? Marchando una de alubias con butifarra y unos caracoles a la llauna. Ponme con Torra y que venga Torrent. O al revés.
Claro que las cárceles son cárceles, por mucho que estén en Cataluña, y para que los nuevos huéspedes se sientan cómodos ha habido que montar unas movidas de la leche en perjuicio de los condenados residentes, sometidos a nuevas reglas para garantizar el confort de sus compañeros. El principio igualitario de la república, a tomar por retambufa. ¿Que no es para tanto? ¿Que todo lo contrario? Entonces están jodidos los inquilinos del resto de las prisiones de la Dinamarca del Mediterráneo por no estar en las cárceles elegidas por los golpistas. Sea como fuere, no tiene ningún sentido, pero es sólo el principio. En pocas semanas estarán en la calle los nueve presos. El juicio tal vez se celebre. Será un trámite, algo parecido a aquello de Mas en el Tribunal Superior catalán. Un par de años sin poder presentarse a las elecciones. Más o menos, 9-N y 1-O fueron lo mismo
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