El Compromiso de Caspe.
Según lo aprobado en la Concordia de Alcañiz, los nueve compromisarios
debían reunirse en Caspe el 29 de marzo de 1412 y pronunciar su
sentencia en el plazo de dos meses. No obstante, surgieron algunos
inconvenientes que obligaron a retrasar la publicación del fallo un mes.
Los compromisarios mantuvieron un intenso ritmo de trabajo y estuvieron
continuamente reunidos en sesiones de mañana y tarde, e incluso en
veladas nocturnas, para atender la urgencia de la solución y abarcar
todas las cuestiones que se presentaban a su consideración. El proceso
experimentó una mayor lentitud de la esperada en lo tocante a la
atención prestada a la equidad e igualdad de trato y oportunidades de
todos los candidatos. A los embajadores de todos ellos, siguiendo el
orden de presentación, se les otorgaron las audiencias solicitadas para
exponer sus argumentos y se admitieron todas las pruebas y documentos
que consideraron oportuno entregar.
La mañana del 25 de junio, los nueve compromisarios firmaron el acta e hicieron pública su decisión. El acta es breve, concisa, con la referencia precisa a la Concordia de Alcañiz, sus nombramientos y juramentos, sin alusiones a cuestiones jurídicas ni a derechos adquiridos ni a argumentos empleados en su decisión ni, sobre todo, a la orientación de los votos particulares de los nueve. Dan el veredicto final que no tiene posibilidad de revocación y no debe someterse a ninguna ratificación por otra instancia. Todos firman y hacen suya la sentencia que señala a Fernando de Castilla como rey y señor de Aragón. No hay votos útiles, ni forzados, ni abstenciones. Según el documento oficial, todos los compromisarios estuvieron de acuerdo en que Fernando era el verdadero rey y señor. Tras la lectura pública de la sentencia, Fernando es ya rey de Aragón.
La mañana del 25 de junio, los nueve compromisarios firmaron el acta e hicieron pública su decisión. El acta es breve, concisa, con la referencia precisa a la Concordia de Alcañiz, sus nombramientos y juramentos, sin alusiones a cuestiones jurídicas ni a derechos adquiridos ni a argumentos empleados en su decisión ni, sobre todo, a la orientación de los votos particulares de los nueve. Dan el veredicto final que no tiene posibilidad de revocación y no debe someterse a ninguna ratificación por otra instancia. Todos firman y hacen suya la sentencia que señala a Fernando de Castilla como rey y señor de Aragón. No hay votos útiles, ni forzados, ni abstenciones. Según el documento oficial, todos los compromisarios estuvieron de acuerdo en que Fernando era el verdadero rey y señor. Tras la lectura pública de la sentencia, Fernando es ya rey de Aragón.
El triunfo aplastante del sentido nacional —la inminencia de
la unidad peninsular estaba en el ambiente, pese a la derrota de Castilla en
Aljubarrota (1385)-; el desarrollo democráticamente modélico de las sesiones en
la villa aragonesa que desembocaron en el plazo de un ¡trimestre! en la
elección -24 de junio- del infante D. Fernando, el de Antequera en rey de
Aragón (1412-16); el ancho caudal de una cultura jurídica impregnada de vivencias
y vigencias religiosas; el papel esencial representado en las deliberaciones
—siempre transcurridas en un clima de absoluta libertad y autonomía- por un
líder espiritual como el dominico valenciano san Vicente Ferrer, son, entre
otras de igual tenor, circunstancias, qué duda cabe, con muy escasa cotización
en las esferas que controlan hodierno los resortes del poder de la
comunicación, la política y hasta de extensos círculos académicos.
Por motivos fácilmente imaginables, pero de larga
enumeración, en todas ellas el pensamiento e ideales que movilizaron el pueblo
y las elites del “Casal de Aragón” para superar la grave crisis provocada por
la muerte, sin heredero directo tras la inesperada desaparición de su único
hijo, Martín, el joven —junio de 1409-, en la primavera de 1410 del último
monarca de la dinastía barcelonesa, Martín, el Humano, apenas logran abrirse un
hueco, oficialista y convencional, en su apretada agenda, repleta de asuntos
más perentorios…
Tras la “Diada” de este año que enfila ya su recta final, la
lectura del Compromiso de Caspe —relegada por completo en los centros de
enseñanza de todo el Principado y también como acaba de decirse en los de
España entera- cobra aspectos de insospechada actualidad y urgencia.
Siempre es posible el compromiso entre gentes de buena
voluntad y de raíces antropológica, histórica y culturalmente comunes.
Los catalanes, de tradición pactista sin paralelo en el
Viejo Continente - solar por excelencia de la mejor cochura jurídica, esto es,
de la nacida de la fusión del derecho romano y el germano-, lo saben mejor que
nadie.
Ante los grandes, quizá dramáticos y acaso trágicos envites
que el diseño jurídico-administrativo de la nación afrontará ineluctablemente
en los próximos meses el recuerdo de la efemérides de 28 de junio de 1412 tal
vez arrojara sombra protectora y estimulante a los debates agonísticos que el
tema planteará.
José Manuel Cuenca Toribio.- El Imparcial.
(19 Oct 2012 - 19:02)
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