viernes, 22 de febrero de 2013

El asesinato de Dato




La sesión del Senado había terminado.

El presidente del Consejo de Ministros, Eduardo Dato Iradier, de 65 años, acompañado por el marqués de Santa Cruz, se reunió en el despacho de ministros con algunos consejeros (Guerra, Gracia y Justicia, etc.) por espacio de diez minutos.

Era el 8 de marzo de 1921.

A la salida, Dato, también jefe del partido conservador, fue entretenido por dos periodistas, con los que mantuvo una breve charla mientras se dirigía hacia su automóvil.

Poco después se despedía de sus acompañantes, a la vez que ordenaba al chófer que le llevara a su casa. El vehículo tomó por la calle Encarnación hacia Arenal para enderezar camino del domicilio del presidente, situado en Lagasca, 4.

Eran alrededor de las ocho de la noche.

Al llegar a la plaza de la Independencia, entre Olózaga y Alcalá, junto a la Puerta de Alcalá, una motocicleta con sidecar en el lado derecho, ocupada por tres individuos, se aproximó a toda velocidad al coche de Dato, que iba recostado en la parte de atrás. En el vehículo del presidente no viajaba ningún escolta.

Cuando estuvieron lo suficientemente cerca, abrieron fuego.

Dos de ellos disparaban con una pistola en cada mano; el otro guiaba la moto. Una auténtica lluvia de balas barrió el asiento del presidente. Algunos dirían que se hicieron más de cuarenta disparos. En la parte de atrás podían contarse catorce, agrupados en las proximidades de la ventana.

Tres balas hirieron mortalmente a Dato. Uno de los proyectiles le penetró por la región parietal izquierda, con salida por la región occipital; otro, con orificio de entrada por la región mastoidea, le salió por la región malar. El tercer proyectil, con orificio de entrada por la región frontal izquierda, no presentaba orificio de salida. La cartera que Dato llevaba en el bolsillo interior de la chaqueta quedó atravesada por un disparo.

Pasaban unos minutos de las ocho. El chófer se dio cuenta en seguida de la gravedad de lo ocurrido, por lo que sin pérdida de tiempo, mientras los asesinos escapaban en la moto por la calle Serrano, giró el coche en dirección a la Casa de Socorro del distrito de Buenavista, situada en la calle Olózaga.

Al llegar requirió los servicios de los médicos de guardia, que al examinar el cuerpo encontraron que no daba señales de vida.

Los médicos trasladaron a Dato a la mesa de operaciones, donde no pudieron hacer otra cosa que certificar la muerte. Un sentimiento de impotencia y confusión se apoderó de todos los presentes. El jefe médico telefoneó a la Dirección de Seguridad.

Quince minutos más tarde la noticia de que el presidente del Consejo de Ministros había sido asesinado circulaba por todo Madrid. Algunos cines la anunciaron a su público. En la sala Royalty, por ejemplo, se supo antes de que terminara el espectáculo.

Entre tanto, curiosos y personalidades comenzaron a arremolinarse en la Casa de Socorro de Olózaga, donde permanecía el cadáver.

Antonio Maura fue de los primeros en llegar, y al comprobar que era cierto lo que le habían dicho quedó tan profundamente afectado que sufrió un desvanecimiento. Inmediatamente llegaron allí otros personajes políticos de gran relieve: Bergamín, Sánchez Guerra, García Prieto, el conde de Romanones, el conde de Plasencia... También se presentó el yerno de Dato, Eugenio Espinosa de los Monteros, quien al comprobar que su padre político había sido asesinado sufrió un síncope con pérdida del conocimiento, del que se recuperó para entrar en una profunda crisis nerviosa, de la que tuvo que ser atendido por los médicos.

Minutos después, Sánchez Guerra y el propio Espinosa de los Monteros decidieron comunicar a la esposa de Dato lo ocurrido, aunque atenuando la gravedad. La primera en acudir fue una de las hijas mayores, precisamente la esposa de Espinosa de los Monteros, que se abrazó a su marido y le preguntó si su padre aún vivía. Acto seguido penetró, transida de dolor en la sala de operaciones, arrojándose con gritos desgarradores sobre el cadáver, cubierto por una sábana. Todos los presentes se dejaron llevar por la emoción.

Aún no estaban repuestos cuando llegó la esposa de Dato, acompañada por sus otras dos hijas. Antonio Maura se dirigió a ellas tratando de llevarles consuelo y resaltando que el presidente había muerto por la patria. La ilustre viuda iba vestida con traje de casa, tal como la sorprendió la noticia. No podía evitar que le desbordara el dolor. Entre sollozos, le dijo a Maura: "Ya se lo tenía yo pronosticado a Eduardo. Se empeñaba en ir siempre solo. Esto le ha costado la vida".



Poco antes, Dato había tenido graves presentimientos de que su fin estaba próximo.

El último domingo de febrero lo había pasado con su entrañable amigo el conde Bugallal, ministro de la Gobernación, quien habría de encargarse interinamente de la Presidencia del Consejo de Ministros. Sostuvo con él una conversación confidencial en la que le hizo partícipe de sus temores. Tan preocupado llegó a estar que redactó una cuartilla con las disposiciones para su entierro. Aunque con posterioridad esta cuartilla fue rota, mostrándose Dato tan sereno como siempre, no dejó por ello de insistir en la transmisión de sus previsiones en caso de muerte en conversaciones con sus familiares.



El Rey se enteró del fallecimiento de Dato cuando se encontraba en el Teatro Real. La noticia le produjo una honda impresión. Inmediatamente se dirigió a palacio, desde donde mandó a sus ayudantes para recabar todo tipo de información sobre el suceso.

Un testigo presencial, llamado Junquera, que viajaba en un tranvía en la misma dirección que el automóvil del presidente, declaró que la moto desde la que se efectuaron los disparos venía siguiendo a aquél.

Era una Indian con sidecar, en la que viajaban tres individuos, que se adelantó para que sus ocupantes pudieran asegurarse del lugar exacto en que viajaba la víctima. El que guiaba era un hombre corpulento que llevaba una pelliza gris oscuro, boina y gafas. En el soporte iba un individuo que no llevaba nada en la cabeza. Era alto, rubio, delgado, con nariz aguileña. Al ocupante del sidecar no pudo verlo bien, por estar al lado contrario del tranvía.

El 10 de marzo, dos días después del atentado, con los ecos de la grandiosa manifestación que se había desarrollado en Madrid, y mientras aleteaba la gran conmoción nacional que había provocado el crimen, la policía estaba en el punto de mira de todas las críticas. Se le acusaba tanto de no haber prevenido el golpe de los asesinos como de encontrarse desorientada en la búsqueda de los mismos. Al tiempo que en toda España se registraban constantes manifestaciones de protesta por el abominable crimen, los periódicos daban una esperada noticia; éste era uno de sus titulares: "El director general de Seguridad dimite al fin".

Horas más tarde la Guardia Civil rastreaba una pista segura: enterado el suboficial Maté de que un carretero había hecho comentarios, con unos amigos en un bar, acerca de que la noche en que fue asesinado Dato estuvo a punto de ser atropellado por una moto en la que viajaban tres individuos, comenzó indagaciones que le llevaron, efectivamente, a determinar que los sospechosos se habían ocultado en el número 77 de la calle Arturo Soria, junto a la granja avícola La Asunción.



 Aquella casa tenía varios pabellones. Para descubrir la moto en uno de ellos el suboficial Maté se vio obligado a saltar por una ventana. Dentro encontró lo que buscaba: una motocicleta marca Indian, pintada de color chocolate, casi nueva. Observó que tenía el faro partido por medio. El sidecar también estaba muy deteriorado. En su interior se hallaban cinco pistolas: dos Star, una Mauser, una Bregman y una Martian. Asimismo había tres cargadores vacíos, junto a gran cantidad de cápsulas. En la bolsa del sidecar había una gorra color café, unas gafas, alicates, cuatro cargadores Bergman, recortes de periódicos madrileños, un ejemplar de La Vanguardia del 9 de febrero, un día después del crimen... Pero ni en aquel pabellón ni en el resto del edificio se encontró pista alguna que llevara hasta los asesinos.



El domingo 13 de marzo los inspectores encargados del caso lograron saber que los criminales tenían alquilado un cuarto en el número 164 de la calle Alcalá. Siete policías se encargaron de la tensa espera. A las cuatro de la tarde se presentó un individuo de complexión robusta, de unos 27 años, bajo de estatura, ojos vivos, mirada enérgica: era el anarquista Pedro Matehu. Aunque iba armado con una pistola, no ofreció resistencia en el momento de la detención.



Las investigaciones policiales establecieron que la muerte de Dato se debió a un atentado anarquista que la organización justificaba como una venganza por la represión del anarcosindicalismo en Barcelona. La investigación también estableció que los autores materiales del asesinato fueron Pedro Matehu, Juan Casanellas y Luis Nicolau. Este último escapó a Alemania, donde fue detenido. Más tarde el Gobierno consiguió su extradición. Por el contrario, Casanellas se refugió en la URSS, escapando al castigo.



Matehu y Nicolau fueron juzgados y condenados a muerte, pero Alfonso XIII les salvó del patíbulo. Conmutada la pena por 30 años de prisión, al proclamarse la República fueron favorecidos por un indulto, por lo que los dos asesinos quedaron en libertad.

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