La sesión del Senado había
terminado.
El presidente del Consejo de
Ministros, Eduardo Dato Iradier, de 65 años, acompañado por el marqués de Santa
Cruz, se reunió en el despacho de ministros con algunos consejeros (Guerra,
Gracia y Justicia, etc.) por espacio de diez minutos.
Era el 8 de marzo de 1921.
A la salida, Dato, también jefe
del partido conservador, fue entretenido por dos periodistas, con los que
mantuvo una breve charla mientras se dirigía hacia su automóvil.
Poco después se despedía de sus
acompañantes, a la vez que ordenaba al chófer que le llevara a su casa. El
vehículo tomó por la calle Encarnación hacia Arenal para enderezar camino del
domicilio del presidente, situado en Lagasca, 4.
Eran alrededor de las ocho de la
noche.
Al llegar a la plaza de la
Independencia, entre Olózaga y Alcalá, junto a la Puerta de Alcalá, una
motocicleta con sidecar en el lado derecho, ocupada por tres individuos, se
aproximó a toda velocidad al coche de Dato, que iba recostado en la parte de
atrás. En el vehículo del presidente no viajaba ningún escolta.
Cuando estuvieron lo
suficientemente cerca, abrieron fuego.
Dos de ellos disparaban con una
pistola en cada mano; el otro guiaba la moto. Una auténtica lluvia de balas
barrió el asiento del presidente. Algunos dirían que se hicieron más de cuarenta
disparos. En la parte de atrás podían contarse catorce, agrupados en las
proximidades de la ventana.
Tres balas hirieron mortalmente a
Dato. Uno de los proyectiles le penetró por la región parietal izquierda, con
salida por la región occipital; otro, con orificio de entrada por la región
mastoidea, le salió por la región malar. El tercer proyectil, con orificio de
entrada por la región frontal izquierda, no presentaba orificio de salida. La
cartera que Dato llevaba en el bolsillo interior de la chaqueta quedó
atravesada por un disparo.
Pasaban unos minutos de las ocho.
El chófer se dio cuenta en seguida de la gravedad de lo ocurrido, por lo que
sin pérdida de tiempo, mientras los asesinos escapaban en la moto por la calle
Serrano, giró el coche en dirección a la Casa de Socorro del distrito de
Buenavista, situada en la calle Olózaga.
Al llegar requirió los servicios
de los médicos de guardia, que al examinar el cuerpo encontraron que no daba
señales de vida.
Los médicos trasladaron a Dato a
la mesa de operaciones, donde no pudieron hacer otra cosa que certificar la
muerte. Un sentimiento de impotencia y confusión se apoderó de todos los
presentes. El jefe médico telefoneó a la Dirección de Seguridad.
Quince minutos más tarde la
noticia de que el presidente del Consejo de Ministros había sido asesinado
circulaba por todo Madrid. Algunos cines la anunciaron a su público. En la sala
Royalty, por ejemplo, se supo antes de que terminara el espectáculo.
Entre tanto, curiosos y
personalidades comenzaron a arremolinarse en la Casa de Socorro de Olózaga,
donde permanecía el cadáver.
Antonio Maura fue de los primeros
en llegar, y al comprobar que era cierto lo que le habían dicho quedó tan
profundamente afectado que sufrió un desvanecimiento. Inmediatamente llegaron
allí otros personajes políticos de gran relieve: Bergamín, Sánchez Guerra,
García Prieto, el conde de Romanones, el conde de Plasencia... También se
presentó el yerno de Dato, Eugenio Espinosa de los Monteros, quien al comprobar
que su padre político había sido asesinado sufrió un síncope con pérdida del
conocimiento, del que se recuperó para entrar en una profunda crisis nerviosa,
de la que tuvo que ser atendido por los médicos.
Minutos después, Sánchez Guerra y
el propio Espinosa de los Monteros decidieron comunicar a la esposa de Dato lo
ocurrido, aunque atenuando la gravedad. La primera en acudir fue una de las
hijas mayores, precisamente la esposa de Espinosa de los Monteros, que se
abrazó a su marido y le preguntó si su padre aún vivía. Acto seguido penetró,
transida de dolor en la sala de operaciones, arrojándose con gritos
desgarradores sobre el cadáver, cubierto por una sábana. Todos los presentes se
dejaron llevar por la emoción.
Aún no estaban repuestos cuando
llegó la esposa de Dato, acompañada por sus otras dos hijas. Antonio Maura se
dirigió a ellas tratando de llevarles consuelo y resaltando que el presidente
había muerto por la patria. La ilustre viuda iba vestida con traje de casa, tal
como la sorprendió la noticia. No podía evitar que le desbordara el dolor.
Entre sollozos, le dijo a Maura: "Ya se lo tenía yo pronosticado a
Eduardo. Se empeñaba en ir siempre solo. Esto le ha costado la vida".
Poco antes, Dato había tenido
graves presentimientos de que su fin estaba próximo.
El último domingo de febrero lo
había pasado con su entrañable amigo el conde Bugallal, ministro de la
Gobernación, quien habría de encargarse interinamente de la Presidencia del
Consejo de Ministros. Sostuvo con él una conversación confidencial en la que le
hizo partícipe de sus temores. Tan preocupado llegó a estar que redactó una
cuartilla con las disposiciones para su entierro. Aunque con posterioridad esta
cuartilla fue rota, mostrándose Dato tan sereno como siempre, no dejó por ello
de insistir en la transmisión de sus previsiones en caso de muerte en
conversaciones con sus familiares.
El Rey se enteró del
fallecimiento de Dato cuando se encontraba en el Teatro Real. La noticia le
produjo una honda impresión. Inmediatamente se dirigió a palacio, desde donde
mandó a sus ayudantes para recabar todo tipo de información sobre el suceso.
Un testigo presencial, llamado
Junquera, que viajaba en un tranvía en la misma dirección que el automóvil del presidente,
declaró que la moto desde la que se efectuaron los disparos venía siguiendo a
aquél.
Era una Indian con sidecar, en la
que viajaban tres individuos, que se adelantó para que sus ocupantes pudieran
asegurarse del lugar exacto en que viajaba la víctima. El que guiaba era un
hombre corpulento que llevaba una pelliza gris oscuro, boina y gafas. En el
soporte iba un individuo que no llevaba nada en la cabeza. Era alto, rubio,
delgado, con nariz aguileña. Al ocupante del sidecar no pudo verlo bien, por
estar al lado contrario del tranvía.
El 10 de marzo, dos días después
del atentado, con los ecos de la grandiosa manifestación que se había
desarrollado en Madrid, y mientras aleteaba la gran conmoción nacional que
había provocado el crimen, la policía estaba en el punto de mira de todas las
críticas. Se le acusaba tanto de no haber prevenido el golpe de los asesinos
como de encontrarse desorientada en la búsqueda de los mismos. Al tiempo que en
toda España se registraban constantes manifestaciones de protesta por el
abominable crimen, los periódicos daban una esperada noticia; éste era uno de
sus titulares: "El director general de Seguridad dimite al fin".
Horas más tarde la Guardia Civil
rastreaba una pista segura: enterado el suboficial Maté de que un carretero
había hecho comentarios, con unos amigos en un bar, acerca de que la noche en
que fue asesinado Dato estuvo a punto de ser atropellado por una moto en la que
viajaban tres individuos, comenzó indagaciones que le llevaron, efectivamente, a
determinar que los sospechosos se habían ocultado en el número 77 de la calle
Arturo Soria, junto a la granja avícola La Asunción.
Aquella casa tenía varios pabellones. Para
descubrir la moto en uno de ellos el suboficial Maté se vio obligado a saltar por
una ventana. Dentro encontró lo que buscaba: una motocicleta marca Indian,
pintada de color chocolate, casi nueva. Observó que tenía el faro partido por
medio. El sidecar también estaba muy deteriorado. En su interior se hallaban
cinco pistolas: dos Star, una Mauser, una Bregman y una Martian. Asimismo había
tres cargadores vacíos, junto a gran cantidad de cápsulas. En la bolsa del
sidecar había una gorra color café, unas gafas, alicates, cuatro cargadores
Bergman, recortes de periódicos madrileños, un ejemplar de La Vanguardia del 9
de febrero, un día después del crimen... Pero ni en aquel pabellón ni en el
resto del edificio se encontró pista alguna que llevara hasta los asesinos.
El domingo 13 de marzo los
inspectores encargados del caso lograron saber que los criminales tenían
alquilado un cuarto en el número 164 de la calle Alcalá. Siete policías se
encargaron de la tensa espera. A las cuatro de la tarde se presentó un individuo
de complexión robusta, de unos 27 años, bajo de estatura, ojos vivos, mirada
enérgica: era el anarquista Pedro Matehu. Aunque iba armado con una pistola, no
ofreció resistencia en el momento de la detención.
Las investigaciones policiales
establecieron que la muerte de Dato se debió a un atentado anarquista que la
organización justificaba como una venganza por la represión del
anarcosindicalismo en Barcelona. La investigación también estableció que los
autores materiales del asesinato fueron Pedro Matehu, Juan Casanellas y Luis
Nicolau. Este último escapó a Alemania, donde fue detenido. Más tarde el
Gobierno consiguió su extradición. Por el contrario, Casanellas se refugió en
la URSS, escapando al castigo.
Matehu y Nicolau fueron juzgados
y condenados a muerte, pero Alfonso XIII les salvó del patíbulo. Conmutada la
pena por 30 años de prisión, al proclamarse la República fueron favorecidos por
un indulto, por lo que los dos asesinos quedaron en libertad.
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