EL PASADO FRANQUISTA DE LOS MAESTROS DE
LA IZQUIERDA
Yo tenía un camarada
Por César Alonso de los Ríos
El 10 de noviembre de 1946 Informaciones
dedicó un número especial a "la conmemoración de la muerte de José
Antonio", cuyos restos habían sido depositados la víspera en el Monasterio
del Escorial.
Los titulares iban a toda página.
Los artículos de la primera iban
firmados por el director, Víctor de la Serna, y por el muy joven secretario de
redacción: Eduardo Haro Tecglen.
El texto es una pieza que la llamada
memoria histórica no puede dar de lado.
Se trata de una muestra de la mejor
literatura falangista (...) El artículo se titulaba "Dies irae", y
decía así:
La voz de bronce de las campanas de San Lorenzo, el laurel de fama de la
corona célebre, la piedra gris del Monasterio, los crespones de luto en todos
los balcones del Escorial, los dos mil cirios ardiendo en el túmulo gigantesco
coronado por el águila del Imperio que se elevan en la Basílica lloran esta
mañana, con esa tremenda expresión que a veces tienen las cosas sin ánima, la
muerte del Capitán de España.
Hasta el sol y el paisaje han cubierto
su inmutable indiferencia con el cielo gris de la niebla y a lluvia, y cae
sobre la ciudad –lacrima coeli– una lluvia fina y gris.
El instinto, el subconsciente, nos ha
repetido sus frases, sus profecías, sus oraciones; y no ha sido voz de
ultratumba la suya; ha sido voz palpitante de vida; de la vida y el afán de
todos estos magníficos camaradas de la Vieja Guardia, del Frente de Juventudes,
de la Sección Femenina… La doctrina del fundador vive en ellos como en aquellos
tiempos, y si el cuerpo de José Antonio está muerto bajo la lápida, su espíritu
tiene valor de vida en la de todos los camaradas de Falange.
Se nos murió el Capitán pero el Dios
misericordioso nos dejó otro. Y hoy, ante la tumba de José Antonio, hemos visto
la figura egregia del Caudillo Franco. El mensaje recto de sentido y
enderezador de la historia que José Antonio traía es fecundo y genial en el
cerebro y en la mano del Generalísimo.
Y así, en este día de dolor –Dies irae–,
a las once, once campanadas densas de todos los relojes han sido heraldos de
vuelo de su presencia, la corona del laurel portada por manos heroicas de
viejos camaradas ha llegado a la Basílica, y, entre la doble fila de
seminaristas –cirios encendidos en sus manos–, ha pasado al Patio de los Reyes
y ha entrado en el crucero. Ha sido depositado sobre la lápida de mármol donde
grabado está el nombre de José Antonio y la palma de honor y martirio. Había
dolor en todos los semblantes. Mientras el coro entonaba el Cristus Vinci (sic)
y los registros del órgano cantaban la elegía del héroe muerto a nosotros nos
parecía oír la clara palabra de José Antonio elevarse de allí donde el mármol
vela su cuerpo.
Una alegría tenemos: la de ver que a
José Antonio sucede un hombre tan firme y sereno como el que lleva a España por
los senderos que él marcó.
Pocos textos de los recogidos por Mainer
en Falange y literatura o por Rodríguez Puértolas en su más generosa antología
de la literatura fascista son superiores a éste en calidad literaria. Era
también un texto de alto significado político. Había que enterrar
definitivamente a José Antonio porque la garantía del Movimiento estaba
asegurada por Franco.
Eduardo Haro Tecglen, "el niño
republicano", como se llamó a sí mismo, era hijo de un marino nacido en
Frómista (Palencia) que dejó su profesión para dedicarse al periodismo y que,
en tiempos de la II Republica, llegó a ser subdirector de La Libertad, de Juan March
(antes de Santiago Alba). El abuelo materno de Haro fue el maestro Tecglen,
músico silbante, letrista de cuplés tan famosos como Vino tinto con sifón, de
obritas para los cafés cantantes, en los que triunfaba entonces el género
psicalíptico.
Eduerdo Haro Tecglen.Terminada la
guerra, "el niño republicano" se hizo del Frente de Juventudes y
comenzó a trabajar, por necesidades económicas (el padre había sido detenido
por haber seguido trabajando en el periódico después de haber sido tomado por
el Frente Popular).
Haro se estrenó en ¿Qué pasa?, que era
un semanario brutal, dirigido por Pérez Madrigal, el ex diputado
radical-socialista conocido en las Cortes republicanas como el Jabalí. Pronto
pudo pasar a Informaciones, de Víctor de la Serna. No le siguió a éste a la
aventura de La Tarde. Prefirió seguir haciendo su carrera en el Informaciones
nacional-católico de los Sáez Díez, donde llegó a ser subdirector y
corresponsal en París. En 1960 sucedió a Manuel Cerezales en la dirección de
España de Tánger por designio del ministro Arias Salgado. En este periódico
llevó adelante la delicada tarea de servir a los intereses de España en una
plaza tan complicada como Tánger. Nudo de espías, territorio clave para España
y para la monarquía alauita. Como director, Eduardo Haro valoró la "vía
constitucional" de aquélla, esto es, de los reyes Mohammed V y Hassan II.
En 1962 José Angel Ezcurra le ofreció la subdirección retórica de Triunfo y el
trabajo real como comentarista de política internacional.
Triunfo era un semanario dedicado a los
espectáculos, al cine especialmente. Había sido una concesión del Régimen a la
familia Ezcurra en agradecimiento por los servicios prestados por ésta en la
posguerra. El director fue desde el comienzo Luis Ángel Ezcurra, y lo seguiría
siendo hasta el final del semanario. ¿Por qué pasó a ser Triunfo un semanario
de información general, y por qué pudo deslizarse poco a poco hacia posiciones
progresistas?
En 1962 el semanario fue comprado
mayoritariamente por Movierecord, que era una empresa de comunicación con
voluntad de grupo multimedia (publicidad, prensa, cine, discos, televisión…)
dirigida por el belga Jo Linten. En efecto, Movierecord se hizo con Estudios
Moro, montó Movieplay y entró en el mundo de la prensa a partir de Triunfo.
Posteriormente sacó Mundo Joven y Teleprograma.
Y ¿quién era o había sido Jo Linten? Un
periodista de la confianza política de León Degrelle que un buen día pudo
escapar de Bélgica, aterrizó en la Concha de San Sebastián y se acogió a la
protección del régimen de Franco. Paradójicamente, iba a ser un antiguo rexista
el que impulsara el cambio de contenidos de Triunfo y favoreciera el
deslizamiento de la publicación hacia la izquierda. Movierecord necesitaba dar
una imagen abierta, no franquista, en las convenciones europeas e
internacionales. También fue posible el cambio gracias al equipo de técnicos
que asistía a Linten, y que respiraba por la izquierda: Álvarez, Ducay. Así que
Triunfo no fue un terminal del PCE, ni la estrella de cinco puntas tuvo el más
mínimo simbolismo. Fue un ex nazi, en los buenos tiempos todavía del
franquismo, el que hizo posible la creación de la revista cultural de la
izquierda. Triunfo es una prueba de la capacidad del sistema para la
metamorfosis (...) El sistema se abría, los profesionales también, el público
era cada vez más permeable al exterior. En el caso de Haro y de Ezcurra, su
progresión ideológica fue tortuosa. Eran "hijos de la guerra", los
"hermanos menores".
Nunca llegaron a creer que el Régimen se
dejara manejar hasta el punto de dar paso a la democracia. Haro pasaba de las
citas de Spengler a las de Toynbee. Iba avanzando a tientas y siempre con
retraso respecto a sus compañeros de generación (Alfonso Sastre, Juan Antonio
Bardem, Fernando Fernán Gómez…), y acuciado por los que veníamos detrás, que ya
pertenecíamos a otra generación, a la de los sesenta. Próximo a Ezcurra, José
Monleón fue el hombre clave en el traslado del Triunfo de Valencia a Madrid, en
el salto informativo del semanario y en la contratación de firmas como las de
Haro o Miret Magdalena. Crítico de teatro, inexcusable a la hora de explicar la
evolución de éste. Fue el que montó Primer Acto y Nuestro cine, y el que
explica la presencia en Triunfo de César Santos Fontenla y Jesús García de
Dueñas.
En Triunfo íbamos a integrarnos
periodistas que, por razones de edad y de formación cultural, no teníamos que
ver con el clima de la inmediata posguerra. Después de Santos Fontenla y Dueñas
fuimos llegando, por este orden, Eduardo García Rico, Víctor Márquez Reviriego
y, juntos, Nicolás Sartorius y yo, que veníamos de Siglo 20, una hermosa
revista de Barcelona, decididamente de izquierdas, que hicieron Manuel Vázquez
Montalbán, Guillermo Luis Díaz-Plaja, Ángel Abad, Salvador Clotas, José Agustín
Goytisolo… Y que yuguló Manuel Fraga poco antes de poner en marcha su Ley de
Prensa. Todos nosotros estábamos ya tocados por la política. Sartorius y yo
habíamos sido procesados y encarcelados por haber militado en el FLP (Frente de
Liberación Popular), Víctor no disimulaba sus simpatías socialistas y César y
Jesús se movían en la órbita del PCE, al que pasaríamos enseguida Nicolás y yo.
En Triunfo fue redactor jefe Pablo Corbalán, que había hecho la guerra en el
lado republicano y que al final de ésta había sido acogido en Informaciones por
el magnánimo Víctor de la Serna.
A todos nosotros, y a los colaboradores
que hacían posible la publicación, iba a encontrarse Eduardo Haro Tecglen
cuando dejó España de Tánger para trasladarse a Madrid, ya en torno al 68.
Durante varios años vivió con desconcierto la evolución de la sociedad
española, sin conseguir hacerse a la idea de una posible transición. Por esto
el discurso de Triunfo fue quedando en mera retórica, en los últimos tiempos
del franquismo. Ocurrió luego que, una vez hecha la transición, Haro se
invistió de "niño republicano", rojo más que de izquierdas, hasta el
punto de olvidarse del pasado totalmente, del traslado de los restos de José
Antonio al Escorial, de sus viejos camaradas. Quiso rescatar de la II República
un radical amoralismo. Sólo quedó de su hombre viejo la defensa de las tres
unidades en el teatro, la incapacidad para entender la vanguardia teatral, como
demostró sobradamente en su sección de El País. Se quedó en Ruiz Iriarte y en
el mundo de su abuelo Tecglen, el músico silbante. Su padre nunca llegó a
estrenar una comedia titulada El torerillo de Chamberí. Su gran maestro había
sido Alfredo Marquerie. Su ilusión, haber salido al proscenio a saludar
mientras sonaban los "bravos". Odiaba la política internacional.
NOTA:
Este texto pertenece al capítulo XI de YO TENÍA UN CAMARADA, la más reciente
obra de CÉSAR ALONSO DE LOS RÍOS, que acaba de poner a la venta la editorial
Áltera.
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