'El 23-F, el
rey y su secreto'. Por Jesús Palacios
El período de la
Transición política española ha sido analizado desde diferentes ángulos y
perspectivas a lo largo de estos años, en forma de memorias, crónicas,
ensayos y relatos históricos. Diversos políticos que tuvieron su propio
protagonismo en la citada etapa, así como periodistas, analistas e
historiadores, han dejado escritos sus testimonios.
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Dicho período ha interesado por la
forma en que se condujo el tránsito del régimen autoritario hacia la democracia
y, especialmente, por el intento de golpe de estado del 23 de febrero de 1981,
que sin duda alguna marcó el punto de inflexión en la misma.
De la Transición en su conjunto, se ha
hecho hincapié en Adolfo Suárez y, singularmente, en el protagonismo del rey
Juan Carlos, verdadero artífice de la misma. Cuando estamos a punto de cumplir
los 35 años de la coronación de don Juan Carlos de Borbón y Borbón, y los 30
años de aquella jornada del 23-F, me ha parecido un momento adecuado para hacer
un estudio de aquel período, de sus circunstancias políticas y de sus máximos
protagonistas.
Éstas son las razones principales que
motivan este ensayo.
Lo he centrado fundamentalmente en
aquellas horas intensas del 23 de febrero de 1981 vividas por el monarca desde
Zarzuela, porque don Juan Carlos no ha sido sólo el máximo protagonista de la
Transición, (...) también lo fue en aquella jornada del 23-F, en la que tuvo su
momento decisivo.
La figura de Suárez –y sus decisiones
políticas– la analizo desde (...) su plena sintonía con el rey hasta el tiempo
del profundo distanciamiento de la corona con el presidente, que condujo
inexorablemente a la jornada del 23-F. Igualmente, dedico algo más que un
capítulo al papel desarrollado por las fuerzas armadas en su conjunto, que
desde el inicio de la Transición cerraron filas en torno al rey, y le fueron
absolutamente leales en todo momento y circunstancia. Incluido el 23-F. También
enjuicio el papel que jugaron las diferentes fuerzas políticas durante la
crisis del suarismo y de la UCD, especialmente la actitud de los dirigentes del
Partido Socialista, a quienes, en su afán de llegar al poder cuanto antes, no
pareció importarles demasiado aceptar fórmulas delicadas y peligrosas o de
difícil constitucionalidad.
A lo largo de esta obra sostengo que lo
que derivó en el 23-F no fue un intento de golpe de involución, sino una
operación especial de corrección del sistema, que fue ampliamente consensuada con la nomenclatura
(...) política e institucional. Y con el beneplácito de la administración
norteamericana y del Vaticano.
Todo ello fue debido a que, una vez
producido el divorcio Suárez-don Juan Carlos, se fueron alzando numerosas voces
desde dentro del propio sistema reclamando la apertura de un nuevo consenso, un
nuevo pacto político, para reconducir el proceso de la Transición hacia una
nuevas vías democráticas de desarrollo político. La frase "España necesita
un golpe de timón", que popularizó el veterano político catalán Josep
Tarradellas, llegó a sintetizar dichas aspiraciones. El objetivo principal era
corregir el proceso autonómico, reformar el Título Octavo de la Constitución y
cambiar la Ley Electoral, que primaba de forma escandalosa y antidemocrática a
las formaciones políticas de los nacionalismos vasco y catalán, principalmente,
a las que otorgaba un desmesurado protagonismo.
Sobre Suárez recayó la crítica de su
entrega al nacionalismo (don Juan Carlos llegó a calificar de
"suicida" su política autonómica) mediante la concesión de las
preautonomías y del término nacionalidades;
se le acusó de impulsar el Título Octavo de la Constitución y de favorecer los
estatutos de Cataluña y del País Vasco sin que hubiera previamente una
integración sólida en el conjunto de España por una idea global de nación, de
un proyecto común compartido. Y los partidos nacionalistas encontraron que, a
través de la disparatada representación que les concedía la Ley Electoral, y
(...) explotando su pueril victimismo histórico, podían ejercer permanentemente
un chantaje al gobierno del Estado a cambio de apoyos puntuales para obtener
más privilegios y, siempre, mayores cuotas de autogobierno (...).
La operación especial 23-F, que entre
otras razones se llevó a cabo para corregir dichas desviaciones y excesos
peligrosos, fracasó al no conseguir que saliera adelante la formación de un
gobierno excepcional, integrado por representantes de todas las formaciones del
arco parlamentario –excepto las nacionalistas–, que estaría presidido por el
general Alfonso Armada Comyn y cuyo vicepresidente hubiera sido Felipe
González, secretario general del Partido Socialista. Armada había sido
preceptor de don Juan Carlos y secretario de la Casa del Rey, y en todo momento
un hombre leal a Su Majestad y a la corona.
Pero, pese a su fracaso real, el 23-F
mantuvo sus efectos en toda la clase política y la nomenclatura del sistema a
lo largo de varios años, en lo que yo llamo "el golpe de estado
sicológico", paralizando en parte las desmesuradas exigencias
nacionalistas, pero tan sólo en parte, porque, ante la debilidad mostrada por
los diferentes gobiernos del Estado, los partidos nacionalistas catalanes y
vascos siguieron clamando por su normalización en
contra del resto de España. (...) continuaron presionando para ir alcanzando
mayores cuotas financieras, (...) la prevalencia de su lengua en contra de la
lengua española, común para todos; practicaron la confrontación de los símbolos
en la guerra de las banderas, exaltando la senyera y la ikurriña frente a la
(...) rojigualda (...); desarrollaron una educación sectaria, fomentando el
odio hacia lo español y, en definitiva, practicando la invención o acomodación
de una historia tan dogmática como falsa, a fin de justificar sus continuas afrentas
al resto de España.
Y si bien es cierto que Suárez fue
quien abrió la lata autonómica de las nacionalidades, también lo es que los
sucesivos presidentes la mantuvieron abierta (...), incluso trasfiriendo más
competencias a los nacionalismos, fuese con mayorías gubernamentales absolutas
o relativas. Pero, en todo caso, ha sido con el presidente José Luis Rodríguez
Zapatero con quien se ha desatado una carrera febril autonomista-nacionalista
sin freno, decantada abiertamente hacia el secesionismo. De ahí que entre las
figuras de Suárez y de Zapatero se pueda establecer un paralelismo histórico
(...).
Suárez se lanzó de forma harto
improvisada a la construcción del Estado de las autonomías, que no tenía
precedente alguno en el derecho constitucional comparado. Y Rodríguez Zapatero
se ha embarcado en la concesión de nuevos estatutos de mayor autogobierno por
intereses exclusivamente partidistas y de poder y, en todo caso, espurios.
Zapatero, en su afán de aislar a la oposición e impedir su alternancia en el
poder (recuérdese la figura del "cordón sanitario"), ha ido mucho más
lejos, llegando a identificarse con el discurso del nacionalismo identitario y
secesionista, cuestionándose el concepto de nación, "discutido y
discutible", hasta inventarse la "nación política, sociológica y histórica".
Todo ello es debido a que tanto la cuestión de las autonomías como la de los
nacionalismos siguen abiertas y sin resolver.
La exacerbación nacionalista viene
provocando que, desde el asesinato del almirante Carrero Blanco, España sea un
país presionado por el terrorismo de ETA, chantajeado por el nacionalismo vasco
y catalán más reaccionario y secesionista, y secuestrado por una clase política
oligárquica, que resulta ser absolutamente incompetente (...) en el servicio a
la sociedad pero que se muestra resuelta y ávida para luchar por sus sectarios
intereses de poder. De ahí que para nada resulte extraño que la sociedad en su
conjunto vea a la clase política –tanto de la izquierda como de la derecha– no
sólo distante y alejada, sino como el segundo de sus problemas principales.
Exclusivamente, como una secta de poder.
Hace casi diez años publiqué un primer
estudio sobre la Transición y el 23-F. Dicho trabajo apareció con el título 23-F: el golpe del Cesid y, a
juicio de numerosos historiadores, analistas y periodistas, supuso una notable
contribución para el esclarecimiento de aquellos hechos. Pero a mí (...) me
supuso que el general Javier Calderón, director general del servicio de
inteligencia por entonces, (...) presentara una querella criminal, al estar
disconforme con el papel que, a mi juicio, tuvo en los hechos del 23-F.
Afortunadamente para mí, dicha querella se resolvió en la doble vía judicial;
tanto ante el juzgado de primera instancia como ante la audiencia provincial,
con todos los pronunciamientos favorables hacia mí.