sábado, 17 de enero de 2015

LAS CLAVES DE LA 'OPERACIÓN DE GAULLE'.

'El 23-F, el rey y su secreto'. Por Jesús Palacios

El período de la Transición política española ha sido analizado desde diferentes ángulos y perspectivas a lo largo de estos años, en forma de memorias, crónicas, ensayos y relatos históricos. Diversos políticos que tuvieron su propio protagonismo en la citada etapa, así como periodistas, analistas e historiadores, han dejado escritos sus testimonios.

Dicho período ha interesado por la forma en que se condujo el tránsito del régimen autoritario hacia la democracia y, especialmente, por el intento de golpe de estado del 23 de febrero de 1981, que sin duda alguna marcó el punto de inflexión en la misma.

De la Transición en su conjunto, se ha hecho hincapié en Adolfo Suárez y, singularmente, en el protagonismo del rey Juan Carlos, verdadero artífice de la misma. Cuando estamos a punto de cumplir los 35 años de la coronación de don Juan Carlos de Borbón y Borbón, y los 30 años de aquella jornada del 23-F, me ha parecido un momento adecuado para hacer un estudio de aquel período, de sus circunstancias políticas y de sus máximos protagonistas.
Éstas son las razones principales que motivan este ensayo.
Lo he centrado fundamentalmente en aquellas horas intensas del 23 de febrero de 1981 vividas por el monarca desde Zarzuela, porque don Juan Carlos no ha sido sólo el máximo protagonista de la Transición, (...) también lo fue en aquella jornada del 23-F, en la que tuvo su momento decisivo.

La figura de Suárez –y sus decisiones políticas– la analizo desde (...) su plena sintonía con el rey hasta el tiempo del profundo distanciamiento de la corona con el presidente, que condujo inexorablemente a la jornada del 23-F. Igualmente, dedico algo más que un capítulo al papel desarrollado por las fuerzas armadas en su conjunto, que desde el inicio de la Transición cerraron filas en torno al rey, y le fueron absolutamente leales en todo momento y circunstancia. Incluido el 23-F. También enjuicio el papel que jugaron las diferentes fuerzas políticas durante la crisis del suarismo y de la UCD, especialmente la actitud de los dirigentes del Partido Socialista, a quienes, en su afán de llegar al poder cuanto antes, no pareció importarles demasiado aceptar fórmulas delicadas y peligrosas o de difícil constitucionalidad.
A lo largo de esta obra sostengo que lo que derivó en el 23-F no fue un intento de golpe de involución, sino una operación especial de corrección del sistema, que fue ampliamente consensuada con la nomenclatura (...) política e institucional. Y con el beneplácito de la administración norteamericana y del Vaticano.
Todo ello fue debido a que, una vez producido el divorcio Suárez-don Juan Carlos, se fueron alzando numerosas voces desde dentro del propio sistema reclamando la apertura de un nuevo consenso, un nuevo pacto político, para reconducir el proceso de la Transición hacia una nuevas vías democráticas de desarrollo político. La frase "España necesita un golpe de timón", que popularizó el veterano político catalán Josep Tarradellas, llegó a sintetizar dichas aspiraciones. El objetivo principal era corregir el proceso autonómico, reformar el Título Octavo de la Constitución y cambiar la Ley Electoral, que primaba de forma escandalosa y antidemocrática a las formaciones políticas de los nacionalismos vasco y catalán, principalmente, a las que otorgaba un desmesurado protagonismo.
Sobre Suárez recayó la crítica de su entrega al nacionalismo (don Juan Carlos llegó a calificar de "suicida" su política autonómica) mediante la concesión de las preautonomías y del término nacionalidades; se le acusó de impulsar el Título Octavo de la Constitución y de favorecer los estatutos de Cataluña y del País Vasco sin que hubiera previamente una integración sólida en el conjunto de España por una idea global de nación, de un proyecto común compartido. Y los partidos nacionalistas encontraron que, a través de la disparatada representación que les concedía la Ley Electoral, y (...) explotando su pueril victimismo histórico, podían ejercer permanentemente un chantaje al gobierno del Estado a cambio de apoyos puntuales para obtener más privilegios y, siempre, mayores cuotas de autogobierno (...).

La operación especial 23-F, que entre otras razones se llevó a cabo para corregir dichas desviaciones y excesos peligrosos, fracasó al no conseguir que saliera adelante la formación de un gobierno excepcional, integrado por representantes de todas las formaciones del arco parlamentario –excepto las nacionalistas–, que estaría presidido por el general Alfonso Armada Comyn y cuyo vicepresidente hubiera sido Felipe González, secretario general del Partido Socialista. Armada había sido preceptor de don Juan Carlos y secretario de la Casa del Rey, y en todo momento un hombre leal a Su Majestad y a la corona.
Pero, pese a su fracaso real, el 23-F mantuvo sus efectos en toda la clase política y la nomenclatura del sistema a lo largo de varios años, en lo que yo llamo "el golpe de estado sicológico", paralizando en parte las desmesuradas exigencias nacionalistas, pero tan sólo en parte, porque, ante la debilidad mostrada por los diferentes gobiernos del Estado, los partidos nacionalistas catalanes y vascos siguieron clamando por su normalización en contra del resto de España. (...) continuaron presionando para ir alcanzando mayores cuotas financieras, (...) la prevalencia de su lengua en contra de la lengua española, común para todos; practicaron la confrontación de los símbolos en la guerra de las banderas, exaltando la senyera y la ikurriña frente a la (...) rojigualda (...); desarrollaron una educación sectaria, fomentando el odio hacia lo español y, en definitiva, practicando la invención o acomodación de una historia tan dogmática como falsa, a fin de justificar sus continuas afrentas al resto de España.
Y si bien es cierto que Suárez fue quien abrió la lata autonómica de las nacionalidades, también lo es que los sucesivos presidentes la mantuvieron abierta (...), incluso trasfiriendo más competencias a los nacionalismos, fuese con mayorías gubernamentales absolutas o relativas. Pero, en todo caso, ha sido con el presidente José Luis Rodríguez Zapatero con quien se ha desatado una carrera febril autonomista-nacionalista sin freno, decantada abiertamente hacia el secesionismo. De ahí que entre las figuras de Suárez y de Zapatero se pueda establecer un paralelismo histórico (...).

Suárez se lanzó de forma harto improvisada a la construcción del Estado de las autonomías, que no tenía precedente alguno en el derecho constitucional comparado. Y Rodríguez Zapatero se ha embarcado en la concesión de nuevos estatutos de mayor autogobierno por intereses exclusivamente partidistas y de poder y, en todo caso, espurios. Zapatero, en su afán de aislar a la oposición e impedir su alternancia en el poder (recuérdese la figura del "cordón sanitario"), ha ido mucho más lejos, llegando a identificarse con el discurso del nacionalismo identitario y secesionista, cuestionándose el concepto de nación, "discutido y discutible", hasta inventarse la "nación política, sociológica y histórica". Todo ello es debido a que tanto la cuestión de las autonomías como la de los nacionalismos siguen abiertas y sin resolver.
La exacerbación nacionalista viene provocando que, desde el asesinato del almirante Carrero Blanco, España sea un país presionado por el terrorismo de ETA, chantajeado por el nacionalismo vasco y catalán más reaccionario y secesionista, y secuestrado por una clase política oligárquica, que resulta ser absolutamente incompetente (...) en el servicio a la sociedad pero que se muestra resuelta y ávida para luchar por sus sectarios intereses de poder. De ahí que para nada resulte extraño que la sociedad en su conjunto vea a la clase política –tanto de la izquierda como de la derecha– no sólo distante y alejada, sino como el segundo de sus problemas principales. Exclusivamente, como una secta de poder.


Hace casi diez años publiqué un primer estudio sobre la Transición y el 23-F. Dicho trabajo apareció con el título 23-F: el golpe del Cesid y, a juicio de numerosos historiadores, analistas y periodistas, supuso una notable contribución para el esclarecimiento de aquellos hechos. Pero a mí (...) me supuso que el general Javier Calderón, director general del servicio de inteligencia por entonces, (...) presentara una querella criminal, al estar disconforme con el papel que, a mi juicio, tuvo en los hechos del 23-F. Afortunadamente para mí, dicha querella se resolvió en la doble vía judicial; tanto ante el juzgado de primera instancia como ante la audiencia provincial, con todos los pronunciamientos favorables hacia mí.